domingo, marzo 27


Karma café

sandwiches, arte y algo más...

La cultura, hoy, es ingerible. En sus más sanas presentaciones, sabe a café. En las más alteradas, a crystal. No es necesario hacer nada creativo para formar parte de la cultura; basta abrir la boca en el lugar adecuado y tragar.

En los ambientes más reprimidos, el hartazgo del consumismo clásico conduce al consumismo alternativo. Es necesario huir de los restaurantes de comida rápida en los que se exhiben obras artísticas de producción en serie. Qué horror. En su lugar, es recomendable ir a los cada vez más numerosos cafecitos por un panini. Los hay en toda la ciudad. En sótanos, áticos, bodegas y terrazas. Tienen nombres bucólicos, esotéricos o europeos. Ahí se encontrarán obras artísticas de producción única, aunque no necesariamente en serio. La decoración también incluirá objetos recuperados de los botes de basura que adornen recicladamente el lugar. Tal vez esa tarde toquen sus tambores, guitarras o cuerdas vocales algunos fugitivos del messenger, mientras el dueño coloca unos inciensos para que sus "invitados" no duden del misticismo del lugar. No se requiere, ni siquiera, conversar. Basta cerrar los ojos y respirar. Ah, la vida profunda sin duda tiene sus recompensas. Todo al alcance de un café machiatto o un té de jazmín.

En los ambientes más deprimidos, la cultura se consume en paquetes pequeños. Es un must fumar o tragar sus contenidos en público, en el sitio más in y entre la right crowd. Tampoco es indispensable realizar ninguna labor creativa; sin embargo, aquí la plática sí es importante: antes de llegar ahí, debe prepararse un buen repertorio de proyectos. Quien tan sólo consuma pero no tenga proyectos no debe estar ahí. En un medio de estados alterados de conciencia, la realidad también acepta alteraciones. Aquí generalmente no hay tambores, y la ambientación musical consiste en todo lo que no se asemeje a esas horrorosas discos y clubs frívolos de los que se viene huyendo por su vacuidad. La música popular da indicios de la apertura de mente de la turba, que incluso se muestra nostálgica ante melodías que nunca fueron de su época.

¿A quién culpar?

Dice Witold Gombrowicz que el peso de nuestro yo depende del número de habitantes del planeta. Jamás (dentro de la historia conocida), nuestro planeta había tenido tantos habitantes. Jamás nuestro yo había sido tan liviano.

El acercamiento a lo que la cultura representaba (hoy tan sólo representa lo que es) significa un deseo incosciente de peso. De substancia. No es casualidad que hoy la cultura se quiera ingerir. Esto muestra algo positivo; en nuestra actual ligereza, aún hay una inquietud. Pero, para destruir esa inquietud, se le pone de moda.

La moda es la penúltima página.

Estar de moda es un eufemismo de estar en el camino de la autodestrucción. Lo que esta de moda se expone y, por ende, se reproduce. Las reproducciones siempre son de menor calidad que el original. Las copias se confunden con el original. El original reacciona para no confundirse con sus copias y, en esta reacción, se convierte en copia de sí mismo y se disuelve.

La cultura está de moda. La cultura está en el camino de la autodestrucción.