En casa
Paradójico. Con frecuencia el paisaje urbano de Tijuana termina por hastiarme; pero cuando las visitas al aeropuerto son más frecuentes que las idas a un bar, caray, disfruto estar en esta ciudad. No importa la temperatura de 33°, los vientos de Santana y el aire lleno de humo y ceniza por los incendios. Los cerros hacinados de construcciones de desechos, la tierra árida y la fila para cruzar a San Diego de 500 autos. No importa la sequía y los labios partidos. Los crecientes secuestros y el tráfico por los bacheos sexenales.
Y aunque importara, ¿qué?. En otra ciudad, la lista sería igual de extensa. Sólo cambiarían las palabras.