martes, mayo 18

ESPURAL

Hace unos días atendí a dos reuniones. En una se reunía mi familia extendida, más de sesenta seres que comparten alguna información de mi ADN y unos cuantos recuerdos de mi infancia. Me senté en una esquina, desde donde pude mirarlos. Observé los mismos movimientos de hace veinticinco años, los mismos gestos, las mismas historias. Tuve ganas de preguntarles qué les detiene a romper con todo, a cambiar el rumbo, a indagar por una vez un camino que aún no existe. Pero sólo me mirarían como a quien ha aterrizado en su jardín. Entonces me disculpé por tenerme que ir a otro evento.

Y en el otro evento estaban reunidos mis amigos. Algunos a quienes no veía hace meses, otros hace años. Y sus rostros también eran los mismos. Y seguían hablando de lo mismo que hace diez años. Haciendo los mismo gestos. Contando las mismas historias. Más no tuve ganas de cuestionarles nada. Tantas veces han roto con todo, cambiado de rumbo, indagado caminos que aún no existen. Me miraron con extrañeza porque permanecí callada, sin decir palabra alguna. No me disculpé.

Al caminar sola rumbo al auto, experimenté la extraña sensación de compañía.