Miniatúricas coincidencias
Es cierto que existen ciertos puntos de convergencia entre la arquitectura y la escritura (de ésta, principalmente la filosofía), pero jamás lo comprendí tan bien hasta ayer, durante un programa acerca de la historia de Tijuana: la principal similitud entre estas dos disciplinas se encuentra en su mutua fascinación por lo pequeño.
Grandes personalidades de la historia tijuanense observaban con gusto diminutas representaciones de los íconos arquitectónicos de la ciudad. Obviamente, facilitados por los maestros de la construcción. Los hombres y mujeres se percibían aún más grandes e importantes cuando medían su figura robusta e imponente con la de esas construcciones que, de haber tenido voz, hubiesen pedido no ser pisadas.
–Tanto tiempo, torre de Tijuana, de verte hacia arriba. Hoy, mírate nomás, puedo aplastarte con un manotazo. Al final de los tiempos, el grande siempre seré yo –parecía murmurar uno de los asistentes a la exposición, mientras observaba la diminuta torre con desdén.
La construcción de esas maquetas es, para los arquitectos, lo mismo que las letras para los escritores. El trabajar con lo pequeño por un miedo inicial a lo grande. Es preciso dominar las ideas letra por letra, antes de permitirles crecimiento, vida propia, incluso el superar el significado impuesto y encontrar el propio. Del mismo modo el arquitecto ha de visualizar el edificio del tamaño de su dedo índice, y advertirle que él es su creador, fijarle límites con sus propias manos. Sabe bien que, una vez enormemente construido, tomará su camino, su vida propia, en la cual él ya no podrá participar.