Quien no se acepte perdido, que no escriba. No puede escribir quien tiene todas las respuestas, pues escribir es preguntar. Quien pretende saber, y escribe, no sólo se pierde a él mismo, sino que pierde también a quien lo lee. Es como aquel hombre que, creyendo conocer su espacio, instruye al forastero en un camino que nunca ha recorrido, pero que presume conocer.
La escritura es la más sencilla de las tareas, pues se llega a ella desnudo y con las manos vacías. Aunque tal vez lo más difícil es eso mismo, presentarse en blanco ante el lenguaje y preguntarle. No querer llenar la página en blanco, sino ser la página en blanco. Ser escrito. Andar por el lenguaje sin santo ni seña.
Sentarse, calladamente, a escuchar.