viernes, noviembre 2

No es metáfora que los objetos guarden recuerdos. No creo que sea posible explicar el mecanismo, ni la zona de almacenaje que posee cada pieza material, pero con frecuencia, al entrar en contacto físico con alguno, es posible obtener imágenes. No se trata de recuerdos directos de tal o cual situación, sino episodios vividos por el objeto, ajenos a la experiencia personal. Memorias de la materia que, a diferencia de un humano, comparte a otro sin reservas. Es posible volverse obsesivo con esas lecturas. Caminar tocando toda pieza sin recato, aprovechando su concepción flexible de la privacidad. No es extraño volverse más cercano a los objetos que a esas inescrutables personas, que establecen gruesas fronteras para evitar que otro llegue a su centro. Los objetos, por el contrario, permanecen abiertos, transparentes. Cada uno una puerta a otro tiempo. El tiempo lineal sólo existe para el hombre cerrado. En el ente abierto, el tiempo se bifurca, se multiplica. La creencia de un único espacio-tiempo es resultado de la pobreza del hombre hermético. Y es que en una zona sellada al vacío es imposible la implantación de la vida. El hombre cerrado no posee ningún secreto. Hace mucho tiempo que nada lo habita dentro.