MALAS PALABRAS
Para todos los que nos regodeamos en criticar al sistema (o en conservarlo, que es lo mismo), existen dos palabras abominables, a las cuales atribuimos todos los males humanos.
TRABAJO y CONSUMO
Y la utopía es vivir sin contaminar nuestras acciones angelicales con estos verbos. El primero denigra, vuelve a quien lo hace un autómata, un esclavo de los esclavos. Cumple horarios, recibe un sueldo, obedece órdenes de sí mismo o de otro. Una vez lograda tan ruin actividad, acude a los macrocentros comerciales a deshacerse de su vergüenza transformándola en objetos con los que satisface necesidades inexistentes, meramente creadas por la publicidad.
Desolador.
¿Es necesario el trabajo? Los millones de "creadores" frustrados alrededor del mundo se rehusan a trabajar, incluso en su obra. El esfuerzo es un término del siglo XIX, y nadie quiere dejar de ser posmoderno; aunque esto signifique crear en la mente, ser en la mente, rascarse la panza en la mediocridad mientras se critica a quien trabaja.
Adquirir tomates y pasta de dientes en el supermercado es consumir, y es necesario. Consumir es necesario. El problema del consumo es cuando éste se vuelve espectáculo, entretenimiento. Cuando nos relacionamos -como dice Debord- a través de ello. El ir de compras como actividad familiar, el ver películas como manera de convivir con la pareja, el adquirir para suplir carencias que no tienen que ver con eventos, imágenes, sonidos u objetos.
No rechazamos a un amigo cuando está enfermo. Trabajo y consumo están enfermos, pero son vocablos que fueron generados en la salud. Ahora, contaminados, forman una unidad complementaria de la que es difícil escapar. No imposible.
La ecología también debería encargarse de la contaminación que sufre el lenguaje con el capitalismo. La contaminación ligüística nos ha llevado a rechazar palabras que nos permiten crecer y desarrollarnos en todos los ámbitos. Sin ellas, hemos llegado hasta aquí.