lunes, junio 6

Cuerpo: convergencia de tiempos

Cuando se observa un cuerpo humano, sólo puede verse su pasado. Así como la gota perfora la roca, las emociones vividas cada día van moldeando el propio cuerpo. Cada experiencia es un cincelazo en la escultura de nuestra forma corporal.

Basta observar la forma de unas caderas femeninas para mirar el amor de padre que envolvió a ese cuerpo, un amplio tórax masculino para mirar la pugna que ese individuo ha gestado contra su padre; unos glúteos hundidos para adivinar el miedo crónico. Las contracturas del cuello, los rasgos faciales. Todas las huellas dejadas en el curso de existir. Sin embargo, así como al voltear al cielo de noche observamos el pasado en la luz de las estrellas que en su sitio real se han extinguido, así el cuerpo humano es un contenedor de pasados.

Para observar la experiencia presente en nuestro cuerpo, tendremos que esperar el futuro; emociones que formarán parte de una futura forma corporal, que será la forma del pasado. Por eso la muerte descompone los cuerpos; tantas transformaciones pendientes suspendidas en un instante, no pueden sino desfigurar la materia corporal. Una vez terminado el proceso y, a falta de experiencias, la masa se deslíe.