sábado, octubre 22

Pieza de museo

Escribe Huidobro en Arte poética:

Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
Cómo recuerdo en los museos;
Más no por eso tenemos menos fuerza:
El vigor verdadero reside en la cabeza.


Partidario de la dualidad cuerpo-alma, el poeta chileno apoya la idea del progreso. Sin embargo, el otorgar la potencia a un fragmento del ser humano (la cabeza) ha contribuido a su estasis corporal. Adoradores de la tecnología, morimos de problemas del corazón. Conectados a nuestra PC, inmóviles frente a la pantalla, nuestras células se vuelven contra nosotros, reclamando la vida que no les damos. Morimos de cáncer. La supremacía de la mente sobre el cuerpo provoca que veamos con desprecio a esos seres que maquilan con sus manos los productos que nos ahorran movimientos, a esos otros que construyen con sus manos las habitaciones que no necesitaremos abandonar para comunicarnos con el mundo. A esos “salvajes” del movimiento muscular de los que hablaba Aldous Huxley en Un mundo feliz. Y mientras nos volvemos Alfa, Beta o Gamma y continuamos drenando nuestro cuerpo de la grasa que se acumula en el sillón, nuestro vigor verdadero, la cabeza, está cada vez más alterada por el estrés, la depresión y el déficit de atención. Posiblemente pronto nos demos por vencidos y colguemos, también, nuestro cerebro en el museo.


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Ah, el inverno. Sin duda la escritura originalmente debió crearse para ser utilizada en esta estación del año.

Pero, ¿utilizo la escritura o es ella quién me utiliza a mí?

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La escritura tiene una fuerte relación con el agua. Mares, lagos, lluvia, lágrimas han acompañado a la escritura desde sus inicios. Incluso, básicamente es un líquido, la tinta, el que hace posible la escritura. Tal vez por ello todos los seres humanos tenemos algo de escritor: casi el 90% de nuestro cuerpo está compuesto de agua.

lunes, octubre 17

El espejo de un huracán

La destrucción causada en Estados Unidos por el huracán Katrina y su remate, Rita, y la catástrofe en México de Stan, hicieron evidente las enormes diferencias que existen entre ambos países. A pesar la cercanía, del discurso global y del aparente dominio de Norteamérica sobre nuestro país, la distancia entre ambas culturas es de años luz.

Es paradójico que un huracán cause más devastación en un país de primer mundo que en uno tercermundista. Lás imágenes con las que nos bombardeaban los medios sobre Katrina eran las de un sitio en caos, en el que sus habitantes se comportaban como bebés desvalidos a quienes había que ir a rescatar en brazos. Parados sobre los techos de sus casas, extendían los brazos vociferando contra papá gobierno porque los había olvidado ahí. En los albergues, una vez rescatados, los niños de cuarenta años se violaban entre sí, incluso lo hacían a los niños reales, quienes eran las verdaderas víctimas de todo esto. Mientras la ayuda llegaba, tuvieron que saquear negocios para "sobrevivir", hasta que les enviaron unas cuantas tropas, recién llegadas de Irak, para "reestablecer el orden" (¿cuál?). Los bebés, como en los videojuegos, les dispararon a matar.

Una vez en los albergues, había que degustar esa asquerosa comida. Lo bueno fue que papá Bush al fin se compadeció de ellos enviándoles seiscientos dólares al mes para sus hamburgers.

No faltaron las entrevistas en las que los ciudadadanos (de todas las nacionalidades, incluso mexico-americanos) exponían sus quejas, no acerca de sus pérdidas, sino del mal servicio que les prestó el gobierno, o de las disposiciones tomadas por éste, como la de cercar la ciudad e impedir que entraran sus habitantes.

Por supuesto que hubo sufrimiento. Horror. Pérdidas humanas. Todo esto real y doloroso. Pero también la visión de una sociedad desvalida, dependiente de su Führer, incapaz de salir adelante por sí misma, que incluso se agrede entre sí en vez de ayudarse. Una sociedad en estado infantil.

Stan también causó devastación. Muerte. Pérdidas totales en casas de las que ninguna aseguranza responderá. En hogares que no ganaban ni siquiera seiscientos dólares al año. Inundaciones en sitios no pavimentados, en chozas, entre la selva. Sin embargo, la población no se encontraba arriba de los árboles, esperando a los helicópteros. Se trasladaban en lanchas improvisadas o caminando en el río. Atados a una soga, cruzaban la inundación para llegar al otro lado. Trabajaban con palas y cubetas para limpiar su casa. Se alimentaban de los víveres a su alcance, cocinando en fogatas. Por supuesto que necesitaban (aún la necesitan) ayuda. Por supuesto que la que llegaba poco a poco era bien recibida. Por supuesto que solicitaban más. Sin embargo, quien no ha vivido del welfare, no lo extraña. Hay algo de útil en estar acostumbrado a resolver los problemas propios. Algo que incluso, llega a salvar la vida.

Los reporteros de todos los medios pululaban en la zona de desastre. Entorpeciendo las labores de los damnificados, los entrevistaban sin cesar para mostrar al mundo lo más desgarrador (filmando incluso a quien se ahogaba, sin ayudarlo). Pero era bueno ver cómo la población no caía en sus juegos alarmistas. En una entrevista a un hombre humilde a quien su casa se le había venido abajo, el reportero le preguntó, orillándolo hasta la pared: ¿y ahora qué va a hacer? Él le respondió, con lágrimas en los ojos: volverla a hacer.

En otro reportaje, una mujer joven con un bebé en brazos esperaba cruzar el río sentada en una cuerda que habían improvisado para ello. El reportero se acercó y le preguntó: señora ¿pero cómo le va a hacer con el bebé? La mujer no lo miró de frente, pues estababa atareada con su sobreviviencia. Le respondió con rapidez: pues a ver cómo le hago, tengo que cruzar. Esto es a lo que me refiero al hablar de las diferencias abismales en la manera de enfrentar las catástrofes entre dos países. Incluso México envió tropas de ayuda a Estados Unidos. Donde come uno, comen dos. Aunque el primero no tenga welfare.

sábado, octubre 8

El fin de los tiempos ¿o el fin de los dentros?

El mundo, como la realidad, está formado por capas. En la antigüedad, los habitantes del planeta vivían en un mundo más pequeño, más cercano al núcleo terrestre. A medida que el polvo de la galaxia se ha ido acumulando sobre nuestro planeta, las civilizaciones terrestres nos alejamos cada vez más del núcleo. No conformes con ello, pavimentamos la superficie o construimos edificios altísimos para alejarnos de nuestro centro. Y entre más lejos estamos, es obvio que vivimos cada vez más sobre la superficie. Por eso, llamar a nuestra civilización superficial es hacerlo literalmente.

El problema de la existencia superficial es que resta complejidad. Entre más nos acercamos al núcleo, estamos más en contacto con la tierra, con el centro, con nuestra totalidad. Al estar más cerca del núcleo dedicamos nuestras acciones a nuestro bienestar interior, que trae como consecuencia el exterior. Pero al alejarnos del núcleo, nuestras tareas mundanas se dedican sólo a satisfacer lo dérmico. Desconectados casi por completo del núcleo, simulamos evolución, cuando ya sólo lo que existe es lo observable. Las imágenes. No es extraño que nuestra era sea una era visual. La tendencia actual hacia la imagen es precisamente porque lo que va quedando de nosotros es, poco a poco, solamente una imagen ¿Quién dijo que el fin de la humanidad tenía que llegar repentina y tajantemente? Estamos desapareciendo de adentro hacia fuera. Lo último que quedará de nosotros son las imágenes. Cuando éstas desaparezcan, habremos llegado, ahora sí, a nuestra extinción.


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Mecánica irracional

Giré la llave y mi carro no encendió. Descarté la posibilidad de problemas con la batería, pues no hacía ni un mes cuando adquirí una nueva, capaz de dar la energía suficiente a una residencia entera. Ante la negativa de mi auto y la presión del tiempo, decidí caminar un poco y tomar un taxi para irme a trabajar.

Durante el día estuve pensando que posiblemente sería el alternador. La causa estaría sin duda en el sistema eléctrico.

A la mañana siguiente me levanté lista para pedir ayuda. Solicitaría a algún vecino que me pasara corriente y después iría con algún mecánico. Intenté encenderlo de nuevo y no pasó nada. Levanté el cofre para revisar que todo estuviera en su lugar. Todo estaba. Entonces caminé hacia un costado del carro y me escuché. Algo dentro de mí me decía que si lo movía, iba a encender. La idea era demasiado absurda, ¿cómo era posible que yo estuviera pensando eso? Pero las llantas llamaban mucho mi atención. Tuve la imagen de éstas moviéndose, y de nuevo la idea de que si lo hacían, el problema estaría resuelto. Sonreí. No cabía duda que, ante un problema, mi solución más rápida era fantasear. Me subí al carro y traté de encenderlo por última vez. Y, obviamente, no encendió. Entonces, sin pensarlo claramente, bajé la palanca de los cambios hasta neutral y comencé a balancearme rítmicamente en el auto. Luego lo encendí.

Todavía no me recupero. Ya he dejado de buscar una explicación racional a la voz que me decía la solución, o a lo que sucedió con el auto. Lo cierto es que me ahorré tiempo y dinero. Mi carro funciona ya a la perfección. Y todo por permitirme avanzar sin juicios a lo irracional. A ese terreno que la civilización nos tiene prohibido; y que por experiencia propia puedo decir que se nos tiene prohibido por su sencilla y asombrosa funcionalidad, que nos vuelve más completos e independientes, pero genera ingresos a nadie.



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Causas alimenticias de la separación

Si la atracción en una pareja se debe a la química, su separación sin duda es un problema alimenticio. Cuando la pareja se conoce, la alimentación de cada uno de ellos es totalmente distinta. Ya sea que provengan de una familia en la que sea la madre la quien los alimente, o vivan solos y se alimenten a sí mismos, su constitución química se debe a los compuestos que introducen cada día en su cuerpo. Y estos compuestos combinados son los que producen en última instancia el interés químico en el otro. Cada uno se alimenta y de ese modo alimenta la atracción. Una vez seguros de que son esas las sustancias junto a las cuales desean permanecer, deciden unir sus vidas. Y es en esta etapa donde el cliché nos dice que ahora sí los cónyuges se mostrarán como son, y como resultado de estas revelaciones, la relación de atracción disminuirá y se convertirán, de una pareja atraída a una pareja estable, con todas las implicaciones relacionales de ello.

Nada más falso.

El problema de las parejas que cambian su modo de relacionarse de noviazgo a vida en común, se debe a su alimentación. Todos esos nutrientes que la relación disfrutaba en los cuerpos son sustituidos por otros; los que ambos compran y preparan. Los que ambos consumen en los restaurantes. El estado químico previo se modifica, y así también sucede con la atracción inicial. Es innegable que la composición corporal es la que se vuelve decisiva en esto.

Por ello, es obvio que la mejor solución al problema de la separación es la alimentación individual. Un estilo alimenticio satisfactorio para cada cónyuge, aunque esto implique mayor trabajo, es una vía importante para mantener una composición química propia y, de este modo, garantizar una atracción constante y duradera en la vida de la pareja.