Portadas
Las portadas de los libros se vuelven, con el tiempo, imágenes aterradoras. No es saludable poseer una sola imagen alrededor de tanto lenguaje. Generalmente, no suelo abandonar los libros hasta que los termino. Soy fiel. Es sólo que esa imagen comienza a calar en mi mente. Cada vez que tomo el libro para continuar la lectura esa misma imágen está allí, sin cambio alguno a pesar de las transformaciones del texto. Pareciera decir que la escritura no importa, que puede discurrir todo lo que desee, pero la imágen continuará ahí.
En ocasiones he llegado a abandonar la lectura con tal de no seguir observando la portada. Guardo el libro con esmero, de modo que no vuelva a encontrarlo ni por error. Tiempo después, cuando husmeo buscando algún otro libro, me encuentro de nuevo con las imágenes que abandoné, que ahora no sólo me aterran, sino me culpan de haberlas abandonado. Portadas terribles de colores mórbidos llenan los estantes de mis libreros con sus imágenes fijas, inmutables, eternas. Visiones tan espantosas como las que utilizadas para asustar a los niños que se han portado mal. No en vano el número de lectores va en picada. Nadie con cierta sanidad desea rodearse de un paisaje tan yerto. Incluso el cementerio con sus sepulcros rodeados de flores y pasto ofrece una vista mejor. Jamás volveré a criticar la afición a las revistas de moda.