AMOR DE VERANO
Ningún actor quiere que el éxito de su espectáculo termine; por ello es comprensible que Felipe Calderón y López Obrador se aferren a su exitosa campaña electoral, aún después de las elecciones.
¿Exitosa?
No en términos de lo que una campaña electoral “debería” de ser, sino en términos de ratings. Creo que si Mitofsky hiciera una encuesta acerca del seguimiento mediático de esta campaña electoral, sin duda se llevaría el premio a la más “vista” en México de todos los tiempos. La más vista, no la más participativa en cuanto a número de votantes. El voto mental que todo televidente emitía a diario durante la campaña mediática no llegó a las urnas por parte un enorme porcentaje de la población. Los peligros de la ilusión participativa de los medios.
El 2 de julio sólo fue un capítulo más en este sitcom electoral que era aún mejor que “El privilegio de mandar”. El proceso electoral televisado, desde el voto de Carlos Fuentes hasta el desvelo de López Dóriga, probó que se trataba de un evento mediático, como el mundial de fútbol o la muerte del Papa. El problema ahora es que, a diferencia de los jugadores de la selección o el difunto Papa, los candidato electorales que gozaron de mayor popularidad durante la campaña quieren, literalmente ¡que siga la fiesta!
Y es que era tan bonito estar todas las mañanas en la pantalla. Ser entrevistados por los peinaditos de televisa: Loret de Mola o López Dóriga. Hablar y ser aplaudidos por las multitudes sentadas en su sillón. Verse cada media hora en cualquier canal. Y ahora, ¿por un simple acto electoral se va a acabar toda esa lindura? No señores. Claro que no. ¡Voto por voto! ¡Casilla por casilla!
Ninguno de los dos candidatos ha entendido que, ahem, ¿cómo decirles?¡ Las elecciones son el fin de la campaña electoral! Sí, señores. Siento mucho deciros tal horrible verdad, pero, al menos en este país, así se acostumbra, ¿O se acostumbraba?
Ahora, como los comerciales en las televisoras cuestan más caros cuando sale el azulito o el amarillito, pues venga nos.
Calderón sigue utilizando el lenguaje de la campaña electoral. En una entrevista que le hizo Andrés Oppenheimer, hablaba de la política nacional como un niño optimista salido de Harvard. Ah, perdón, pues de ahí salió ¿no? Incluso llegó a manifestar su largamente pensada solución a la inmigración ilegal a los Estado Unidos. Sí, que nuestro país vecino construya carreteras en México en vez de muro fronterizo. Así nuestros paisanos, ¿qué? ¿ Se pasearán de pueblo jodido en pueblo jodido? Pero bueno, ni siquiera eso es lo utópico del asunto, sino que cree que Estado Unidos dejará de gastar en la guerra de Irak para venir a construirle las carreteras que quiere, ¿qué lindo, no?
Todo lo que dijo en la entrevista era por el mismo tono, como si aún estuviera en pos de ganar votos. Diciendo todo lo que se “esperaba” que dijese, con un optimismo bruto. No dándose cuenta que, duh, los del IFE son sus compas, y que ya la tiene asegurada con Ugalde. Pero no, eso no es divertido. Es mejor seguir en la campaña, ¿o es que es verdad lo que muestra su lenguaje corporal? Este hombre parece tener miedo de ser presidente. Pareciera que sabe que la silla le queda muy grande. Que tiene sus manos limpias muy chiquitas para levantarlas y dar el grito desde el balcón el 15 de septiembre. Está difícil su situación. Por eso prefiere cerrar los ojos y pedir que este verano electoral dure toda la vida. Tan bonito que es estar enamorado.
López Obrador, no sólo disfruta su actuación en los medios, sino que se delata cuando está parado en el zócalo de la capital: los ojos se le humedecen, pero no por la emoción de su causa, sino por el saber que toda esa gente lo aplaudiría por seis años, y ya no se le hizo. Así que quiere prologar también el amor de verano todo lo que se pueda, aunque sea deshojando las margaritas de las boletas electorales.
Mientras todo eso sucede en el mundo del espectáculo, los ciudadanos “reales” presenciamos como se devalúa nuestro proceso electoral. Como a casi un mes de haber emitido nuestro voto, aún no sabemos quién nos gobernará los próximos seis años. Y, peor aún, en la vida real, la solución de los problemas nacionales del presente se encuentra estancada, como si no tuviésemos ahora un presidente electo desde el 2000, quién pareciera que, como todos nosotros, ve los conflictos como el de Oaxaca desde su televisión, mientras que junto a Marthita espera el siguiente capítulo de su telenovela favorita que ya se ha alargado a petición del público: “La campaña electoral 2006.”