miércoles, mayo 3

DESDE ABAJO


Entre más se hunde la mano en realidad, ésta se aleja más. Entre más fijamente se observa algo, esto se vuelve más difuso. El deseo de penetrar es impulsado por el deseo de atravesar. Porque quien penetra demasiado, atraviesa; regresando de nuevo al vacío del cual partió.

No existe otra cosa que el vacío. Ésa es la profundidad.


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Si solamente está el muro, es mejor hablar con el muro. El muro no responde, es cierto, pero tampoco se irá.


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Hace mucho tiempo que recuerdo, que regenero, que reinvento. Hace mucho tiempo que estoy ciega.

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Es bien sabido que el arte de saberse fracasado no es visto con buenos ojos, pero ¿quién, mientras espera silenciosamente a que el ocaso de la muerte disuelva sus tendones, no experimenta la risa ajena de aquel que le ha bebido demasiado la vida?
Porque el fracaso no se consigue en soledad, sino que es obtenido a través del vampirismo. Alguien se nutre de quien cae irremediablemente. Una sombra tediosa que impide el ascenso. Una vieja letanía de aquel que, saciado hasta la gula en su existencia, muerde un sabor nauseabundo cada vez que ingiere. El fracasado, por su parte, sin duda, goza la libertad de comer.


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Si un rayo descendiera para inventar en mí la satisfacción, ese rayo regresaría al firmamento insatisfecho por no haber cumplido su labor.


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Dices que éste es el único lugar. Digo que único es demasiado.

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Hilos como luces que desean entablar conversaciones con los hombres. Hombres como arañas mudas, ciegas, enmarañados entre los hilos.

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Porque cada vez que llegamos, aparece de nuevo la visión irrisoria del camino de regreso.

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No hay mar que por quién no venga.