METAFÍSICA DE LA FUGA(de agua)
Ni siquiera los rusos podrían escribir un absurdismo tan genial como el que se "escribe" a diario y en vivo en las instituciones de servicios públicos mexicanas. Una fuga de agua me proporcionó mejores ratos que la lectura de Yelizabeta Bam.
Mi banqueta estaba likeando (término en spanglish para "gotear", que no debe leerse como "laikeando", sino como "likiando"). Eran las once de la noche. Más de media cuadra estaba ya ligeramente inundada. Decidí marcar el 073. Para mi sorpresa, me respondieron, y no sólo eso, sino que me aseguraron que una cuadrilla estaría en mi casa en media hora.
Aquí inicia la verdadera historia, pues es obvio que llegó la media noche y nadie apareció. Estuve sentada junto a la ventana, aún esperanzada de que vendrían, entiendiendo con ello las razones por las que miles de mexicanos veíamos el partido de la selección nacional. Faltaban quince para la una cuando, para mi gran asombro, -que hubiese sido menos alterado si no hubieran llegado- llegaron. Era un par de hombres medio altos, muy norteños, en un pick up de la Comisión Estatal de Servicios Públicos del Estado (que en adelante, se llamará CESPT). Bajaron de su auto.
Transcurrió más tiempo en el decir buenas noches, cómo está, que en resolver el problema. Uno de ellos, levantando la ceja y con una voz muy decidida, nos comentó a su compañero y a mí: "Se está tirando el agua. Sale de aquí, de adentro de la banqueta. Que mañana se lo vengan a arreglar". Y así, levantando la mano con resolución heroica, satisfecho de la revelación que me había hecho, me dio un cordial buenas noches, subió a su pick up y, junto con su compañero, se fue.
Tardé casi cinco minutos en cerrar la boca. Diez más en pronunciar una palabra.
A la mañana siguiente, temprano, antes de las nueve, ya estaba aquí la cuadrilla que, ahora sí, se encargaría de contener la fuga. Resolvería el problema. Todavía medio dormida, alisándome el cabello, salí a presenciar el dominio del hombre sobre la fuerza de la naturaleza.
"El agua se está tirando por dentro". Me dijo un hombre algo moreno, ya más asoleado por su turno matutino. Entonces lanzó una mirada diagnóstica a mi recién encementada banqueta y dijo: "Tienen que venir a romper. Al rato traen la máquina". Y de nuevo, sin considerar ningún tipo de costos de mantenimiento, sin pensar en los impuestos que se estaban yendo en los ya casi tres viajes hasta la lejanía de mi hogar, sin pensar en que existe algo así como la eficiencia, y sin, tampoco, dubitar, subió a su pick up de seis cilindros y se despidió con un: "Al rato vienen".
Cuando ví esto me sentí triste. Sin duda había algo malo en mí. Una pérdida. Alguien verdaderamente en contacto con su mexicanidad no juzgaría lo que pasaba como lo estaba haciendo yo. Tal vez mis frecuentes idas a San Diego fueron la causa. Tal vez las caricaturas de Bugs Bunny. O, peor aún, el béisbol de los Padres de San Diego que jamás me perdía, junto a mi padre, en el estadio Jack Murphy (ahora el risible PETCO Park) o en la tele de la Kmart o en la XEBG 1550. La cuestión es que la actitud de los empleados de la CESPT me resultó desconcertante. No podría decir irresponsable. Lo definiría mejor con algo como "asombrosa".
Ya como a las doce del día llegó una cuadrilla bien equipada. Un pick up. Tres hombres y una excavadora. Un humor imparable y una sarta de pretextos.
Cuando ví la excavadora todo cobró sentido. Hacía dos días que esa misma excavadora había estado frente a mi casa. Reparando una tubería rota. ¡Habían sido ellos! ¡Todo esto lo habían causado ellos mismos!
Me tranquilicé un poco. Yo sí vengo de una tradición de la cordura. En mi mundo uno no es imprudente. Uno saber entender. Ellos no estaban mal; ellos sólo eran "diferentes". Además, al fin de cuentas ellos lo estaban reparando. Mi única preocupación era el próximo recibo de agua.
"Oiga" le pregunté a uno de ellos, un hombre aún más moreno que los anteriores "¿y qué va a pasar con el agua que se estuvo tirando?" Me miró con cara de sorpresa, respondiendo, sin hablar, algo así como: "Pues ya se la tragó la tierra". Entendí su respuesta, así que reformulé mi frase: "Yo no voy a pagar esa agua, ¿verdad?". Con toda educación y en tono solemne me dijo: "Ése es un asunto que tiene que arreglar en la oficina. Nosotros no somos los que cobramos". Y hubo una risa leve en su rostro. De esa risa que sólo se adivina y por lo tanto no es imputable. Yo apreté los dientes y me metí a la casa.
Estuvieron perforando mi banqueta durante casi una hora. Sólo que eso no era una obra pública, sino la interacción de un grupo de comediantes que, en esta ocasión, agujeraban una banqueta. Cuando ya divisaban el tubo de donde salía el agua, uno de ellos, con la voz chillona del "mexicano enano" de Oscar Monroy, exclamó: "¡se pone verde!" y todos se rieron ante esa "ingeniosa" remembranza del comercial de Ajax. Las bromas y las idas al pick up a darle un trago a la caguama siguieron, mientras cerros de lodo eran depositados en la entrada de mi cochera. Tocaron a mi puerta.
"Mire, lo que pasa es que le pusieron esta pieza defectuosa. Ya vienen así de fábrica". Y una risa porcina se escapó entre sus dientes y los de sus compañeros. Estuve a punto de dar el ¡plop! de Condorito, pero me contuve para preguntarles cuándo vendrían a reparar mi banqueta.
"Ésos son otros. Tienen de uno a diez días para venirle a reparar. Si no vienen, llámeles". Y de nuevo se fue con una despedida que decía que en esta vida no pasa nada en realidad, que todos los problemas los hago yo, que la vida es relajada, cómica. Que la vida no debe tomarse en serio. Me reí. Me reí tanto que estuve apunto de llorar. De llorar de tristeza.
Han pasado cuatro días. Con el calor que ha hecho, el lodo frente a mi casa se ha vuelto un cerro duro. Y la zanja que cavaron, ya seca y oscura, rodeada de un escandaloso listón amarillo, me ruega todos los días que salte hacia adentro. Que al cabo si me caigo ahí no pasa nada. Que no pasa de que llegue, tres horas después, la Cruz Roja. Y que al verme ahí dentro, se digan entre ellos: "Sí, se cayó. Mañana vienen a sacarla".