lunes, mayo 24

"Quisiera ser como tú, sin sangre en las venas" (J.Alfredo Jiménez)

Soy comerciable porque no soy perfecta. Porque estoy insatisfecha. Sufro porque alguien incluyó en el vocabulario la palabra Felicidad. O en la historia la palabra Salvación.

Camino tras de aquello que me permitirá "ser mejor", "más feliz", "más yo". Ese ser-que-está-por-ser.

La paz, la seguridad, la perfección, la felicidad, son las zanahorias atadas a la nariz del asno que camina tras ellas sin alcanzarlas jamás, pero sí llevando, sin darse cuenta, la carga de su amo (cualquier similitud con las campañas de los candidatos a puestos políticos es mera coincidencia) (lo es también se asemeja a la publicidad de los consorcios que construyen la nuevas mini-casas-ilusión-de-hogar para los recién casados) (o los infomerciales) (o este texto negativo que sugiere que "lo mejor" es olvidarse de que existe algo mejor).

Tanto nos han prometido.

Los eventos macro se repiten en universos cada vez menores que son, al mismo tiempo, los generadores de los primeros. Escuchar a un psicoterapeuta decir ante su paciente que la razón de que afirme que al fin se siente bien con su vida después de años de terapia es porque está evadiendo un problema muy serio, y que necesita trabajar mucho en ello significa: ¡es imposible que no consumas! ¿estás satisfecho con tu guardarropa? ¿con tu peso? ¿con lo que posees? Imposible. Conformista. Enfermo.

Anormal.

El hombre actual (entiéndase por esto: hombre blanco, clase media, entre 30 y 40 años, y de aspecto andrógino) es el nihilista que no esperando nada lo quiere todo. Preparado a la perfección, está programado de manera tal que nunca reconozca el sitio en el que se encuentra. El eterno viajero de sí mismo que jamás llega, pues su destino es el del otro. Y ni siquiera eso: es el destino que se la ha prometido al otro.