martes, octubre 12

OFF

La posibilidad de controlar mi realidad es tan sencilla como utilizar el control remoto o navegar en internet. Literalmente.

Cuando mi vida va demasiado apacible, veo las noticias. Entonces reúno la suficiente realidad como para preocuparme, acaparar mi tiempo, comentar. Y cada suceso se convierte en el-mundo-en-el-que-vivo. Aunque tal vez sería mejor el término el-mundo-en-el-que-pienso-que-vivo.

En otras ocasiones, cuando un cúmulo de actividades llena mi horario, mi realidad se convierte en el jabón con el que me baño, el recibo de la luz, las personas con las que convivo, mi dolor de espalda. Incluso el libro que leo. Minucias que nada se comparan con la campaña electoral en Estados Unidos, las invasiones del PRD, la guerra de Irak o el asteroide Tautatis. Minucias que no puedo desaparecer con el control remoto o apagando la computadora.

Disfruto mucho de poder silenciar la realidad (marca registrada) y quedarme solo con ésta. La de la Tijuana que percibo sin que nadie me la cuente, la de la noche silente con avioneta en el cielo; que me permite escuchar ninguna voz, ninguna opinión. Tan sólo esta deliciosa, salvaje, no tecnológica, tal vez cruda y magnífica fantasía; pero antes que todo, mía.