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¿Para qué preocuparse por lo que se va a escribir, si existe la escritura?
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Hábitos alimenticios: la narrativa empacha
Los elotes son mi alimento favorito porque cada vez que los muerdo, voy al grano. Por lo contrario la narrativa, cada vez que la consumo, me obliga a leer treinta páginas para encontrar una buena idea.
El valor nutricional de quinientas cincuenta páginas de Cortázar es el mismo que el de cinco páginas de Deleuze. Escribir narrativa significa poseer muy pocas ideas y mucho ingenio para saber como tejerlas entre diálogo interior, acciones irrelevantes, misterios sin resolver, párrafos absurdos y despliegues de fanfarronería. Es un buen ejercicio mental cuando se consumen textos con demasiadas ideas. Así se vacían poco a poco, a manera de capítulos.
Disfruto bastante escribir, pero entre lo que escribo, tengo el mal hábito de también escribir narrativa.
Un buen libro de filosofía o de psicología es un viaje a lo desconocido de lo cognoscible. Una excavación casi erótica de la realidad. Pero un libro de narrativa va demasiado por lo conocido y, cuando intenta hacia lo desconocido, lo vuelve irreconocible.
Algo bello de vivir en una sociedad capitalista es la posibilidad del intercambio. No se está obligado a consumir lo que se produce. Así, puedo producir páginas y más páginas de narrativa con toda la confianza de que, al final de mi jornada, podré leer teoría.