San Francisco: un manicomio con tranvía
Caminando entre ellos, tengo una sensación de manicomio. Un manicomio público, delimitado por edificios altos y viejos . Los enfermeros visten trajes de policía. Cada "loco" repite su demanda eternamente. Carga por la calle la voz que, alguna vez, nadie escuchó, y que ahora lanza con estruendo o murmurando hacia la nada. La voz cedada. La que el crack descalifica. Ahora podemos estar seguros que nadie la escuchará. Nadie, realmente. Realmente, nadie.
No recuerdo haber escuchado la noticia: "Hoy 24 de marzo de 1988, el ayuntamiento ha promulgado una ley en la cual se intercambian los espacios entre "cuerdos" y "locos". Ahora, los "cuerdos" permanecerán aterrorizados en sus casas, viendo la televisión y tomando prozac, mientras los "locos" serán liberados del manicomio municipal para que transiten por la calle como les plazca". No, nunca la escuché. Creo que el proceso fue lento. La naturaleza tiene cada manera de equilibrarse. Fue tan imperceptible como evidente.
Los espacio públicos, abandonados hasta la aberración en las ciudades, han sido tomados. Era demasiado deprimente ver al centro de la ciudad, muerto. Los cuerdos, por supuesto, estaban muy ocupados como para salir a dar una caminata. No soportaron volverse hacia arriba y no ver un techo. La inmensidad del cielo les recuerda la propia, y es mejor pensar que el tiempo es dinero. Departamento-auto-oficina-auto-centro comercial-auto-casa. Calles vacías. Eventualmente, hubo quien se diera cuenta de ello, y decidió salir a caminar. Por ello, lo encerraron en el manicomio. Pero luego hubo otro. Luego otro. Hubo tantos que fue imposible confinarlos. Decidieron dejarlos en las calles, al fin de cuentas, eran tan evitadas por los "cuerdos" como el manicomio. Así es como se originó el actual centro de San Francisco.
-No les recomiendo caminar por ahí -dijo el taxista-, la zona está llena de crackheads; no los asaltarán, pero no se sabe nunca qué harán.
Decidimos no escucharlo, caminar. Los "dementes" jamás toman en cuenta a los transeúntes, han aprendido que de ellos nunca obtendrán respuestas.Dialogan,gritan, vociferan con personajes internalizados que son más reales que quienes caminamos por ahí. Mujeres que anuncian que tienen una familia, que por favor, nadie vaya a pensar lo contrario. Hombres orientales que hacen oraciones a sus dioses. Una anciana que utiliza distintas voces para entablar un diálogo. Sus voces múltiples, incluso, ríen al unísono. Mujeres y hombres jóvenes, cuyo único objetivo es comer ese día y conseguir para su dosis. Tal vez no debieron haber tomado conciencia. Tal vez fue demasiado peligroso para ellos salir aquella tarde a caminar. Nunca es bueno detenerse a reflexionar bajo el cielo. Puede gustarte demasiado.
Qué hago caminando entre los "locos", no lo sé. No voy a mentir diciendo que no les temo; pero hay algo demasiado atractivo en ellos. Una puerta. Se me antoja idealizarlos y decir que es mejor estar en la Seventh & Market que en Union Square, que aquí la gente no finge; pero aquí, también, está lleno de actores, los mejores.
En la ciudad en la que el lugar de reunión de los beatniks (Vesubio) no se distingue de cualquier Hard Rock Café, y en el que los hippies que se ciclaron alrededor de Berkeley aparecen como "cosas que ver" en los folletos turísticos, es imposible que no existan manifestaciones físicas de una sociedad que se derrumba. Caminando por el centro se piensa en el apocalipsis, en las ciudades del futuro, en la peor distopía; pero todo esto se piensa para negar lo evidente: la pestilencia humana no puede perfumarse para siempre. Ya apesta. Apesta mucho.
El manicomio público crece. Del "loco del pueblo" se ha pasado al "cuerdo de la ciudad". El número aumenta. Entre más "cuerdos" existan hoy, más "locos" en potencia se avizoran. Ante un voz que ofrece como posibilidades: te destruyo o te destruyes, pocos soportan las consecuencias de resistirse. En el mayor de los casos, eligen la primera posibilidad, en el mejor de los casos, la segunda.