sábado, julio 31

Un fling con el mostruo de la laguna negra

Acababa de sacar dos juegos de 120 copias que no necesitaba. Hacía calor. Y como la ciudad es tan parecida a mí que no me permite descansar, opté por ir a los Estados Unidos. No hay nada mejor que ser extranjero.

Pese a que habían anunciado en el radio una espera de treinta y cinco vehículos por carril, la fila ya ascendía a los ciento quince. Tomé la penúltima fila del lado derecho con el fin de evitar ir peleando con los conductores insatisfechos que se cambian de carril cada cinco minutos. Todo transcurría en simulada paz, pero el calor y la fila lenta y el hambre y las 240 copias inservibles se acumulaban. La música pudo haber sido la cereza del pastel, o una mirada del carro contiguo. Pero la cereza se transformó en granada.

La fijación con el poder de algunos conductores los lleva primero a elegir automóviles inmensos que intimidan a los económicos. Pero el tamaño, contrario a lo que dice la sabiduría popular, no lo es todo. Para que el tamaño funcione debe ir acompañado de un conductor neurótico, de aquellos que profieren todo tipo de maldiciones a cada 10 circunvalaciones de sus llantas. Y para que el conductor neurótico y ávido de poder funcione, debe enganchar con otro.

No sé cómo fue que el conductor de atrás supo que yo estaba lista. Tal vez observó cómo me tocaba la frente para eliminar el sudor. Tal vez vio los movimientos de mi cabeza. Tal vez se fijó en mi insistencia por ir dos centímetros lejos del auto de enfrente. La situación fue que el señor me ubicó (o yo a él) y tiró el anzuelo.

Con una camioneta Escalade negra aterrorizaba al auto que estaba atrás de mí. Eso, por supuesto, yo no lo ví. Yo sólo sentí como encimaba su monstruo de la laguna negra sobre mi ya bastante maltratada minivan. En ese instante el auto se llenó de las copias que había ordenado de más, sofocándome; la temperatura se incrementó en 12 grados celsius, mi hambre se incrementó y el mundo desapareció, dejándonos solos a mi verdugo y a mí.

Paré el auto. Me desabroché el cinturón de seguridad. Salí con 20 centímetros por encima de los 172 que ya mido y, acercándome sin pensar en peligro alguno a lo que supuse sería uno de esos pochos que vienen a comprar madando a la Comercial Mexicana y a comer en el Negro Durazo, me paré junto a la ventana del auto y, en uno de los estados más furiosos que he experimentado en mi vida, le pregunté a gritos:

¿CUÁL ES TU PROBLEMA?

No era ningún pocho. Era un anciano. Un anciano gandalla y norteamericano, eso sí. Tenía una cara de asombro, pero no de miedo. Movía las manos frente a su cara como diciendo que no quería problemas.

SI NO LOS HUBIERA QUERIDO EL HIJO DE LA CHINGADA, NO SE HUBIERA TREPADO A MI CARRO.

Volví a preguntarle lo mismo. Lo hice porque me interesó conocer las motivaciones que tiene un anciano para llegar al extremo de subirse al auto de la mujer de enfrente. No pensemos en Freud, por favor, que en este momento me regreso y... Pero no, el hombre no contestó.

Cuando comprendí que era un anciano pusilánime, de esos que se aprovechan cuando nadie reclama, me retiré a mi auto. Lo observé por el espejo. Iba acompañado de su senior citizen wife, mujer a la que jamás ví durante el altercado. La tipa parecía consternada. Respiré.

Respiré más y me sentí muy bien. Saqué mi pasaporte y, viendo la foto de mi sobrina, la acaricié. Incluso ví los juegos de copias sin rencor. Le subí un poco a la música y bajé toda la ventana. Me recosté en el sillón, agotada pero satisfecha.

He hecho fila miles de veces en mi vida para cruzar a San Diego, pero nunca, nunca, nunca, había tenido un orgasmo ahí.

domingo, julio 25

Nosotros los Pérez

Independientemente de la sangre azul, con o sin herencia, en Latinoamérica no es lo mismo nacer Sánchez que Santibáñez. El apellido es un factor determinante para la percepción social de la persona.

Los hay de todo tipo, desde los más comunes que se repiten incansablemente, ésos que hasta la Secretaría de Hacienda ha eliminado en las iniciales de la CURP, hasta los que por su sofisticación, son repetidos incansablemente junto al nombre de quién los porta; sólo por el placer de escucharlos.

Los apellidos rimbombantes (o extranjeros) se toman, como el buen café, solos. No hay necesidad de añadirles nada, en ocasiones ni siquiera el nombre. Pensemos en un Zabludovsky. Incluso decir Jacobo lo opacaría. Por el contrario, los apellidos abundantes son descalificados. Parecen no ser suficientes por sí mismos. Es necesario añadirles el segundo, con la esperanza de que sea mejor, o de que por lo menos le dé un mejor ritmo. Pensemos en López. Pensemos en el sucesor de Zabludovsky: López Dóriga, ¿no sería suficiente con decir Joaquín López?

¿O Andrés Manuel López o José López? En lugar de Andrés Manuel López OBRADOR, o José López PORTILLO. Miguel de la Madrid y Vicente Fox pocas veces han usado el Hurtado o el Quesada. No lo necesitan. Y el ejemplo de las figuras públicas tan sólo refleja el rechazo general a lo "irrelevante" de esos apellidos. Nacer con buena estrella es apellidarse Betancourt, Santini, Poniatowska, De la Torre, Villavicencio, Montes de Oca.

El impacto del apellido incluso determina la trascendencia de la obra de un autor. Borges nunca hubiera sido Borges si se hubiese llamado Jorge Luis Rodríguez. ¿Lo Rodrigueano en vez de lo Borgeano? Jamás. Y, ¿seguríamos rindiendo el mismo tributo al autor de Pedro Páramo si se hubiese llamado Juan Pérez?

No, uno se regodea al decir Rulfo. La R prepara la boca para la dulzura de la UL, al tiempo que la dentadura superior toca al labio inferior soplando una F, para descansar en una sugestiva O.

Qué desgracia para los grandes cuyas obras están guardadas en un cajón, sólo porque nadie ha querido nunca publicar a un Pérez que carece de Reverte.

lunes, julio 19

Caminando por el centro de Tijuana


-Mmm, huele rico.
-Sí, huele muy rico.
-Oye, pero ¿huele a basura o comida?
-Quien sabe.

sábado, julio 17

Fecha: 17 de julio de 2004-20 (1984)


Por un momento creí que escuchaba a Yuri. Me emocioné.

"Pasa ligera, la maldita primavera. Pasa ligera, me maldice sólo a mí..."

Pero no, era otro remake.

Tal vez en estos tiempos en que los niños saben usar las computadoras desde los dos años, este procedimiento de regrabar canciones del pasado parezca inofensivo; pero para mí, que vengo de los tiempos de Menudo, Michael Jackson y 1984, esto es una reescritura de la historia y, por lo tanto, una manipulación (paranoia incluída).

"Creen que yo no me doy cuenta, lo que pasa es que ya no quiero más problemas con su amor..." La ficción que narra Orwell en 1984 contiene las predicciones más acertadas que jamás se hayan hecho acerca del futuro de la humanidad. Nostradamus le queda corto. El oficio de su personaje Winston Smith es el oficio más común en la actualidad: reescribir el pasado. Sólo que en la obra de Orwell esto se hace de una manera seria y secreta, mientras que en nuestro tiempo se realiza de una manera abierta y "divertida".

¿Cómo se reescribe el pasado? Con el retro, el remake, el comeback.

El pasado se reescribe actualizándolo como a un estado financiero. Traduciéndolo al presente. Reescribiendo la historia a través del cine, de la música, de la moda. El presente es la prueba de que existió el pasado, y cuando este pasado es reformulado con los métodos actuales, automáticamente se anula. Si el simple acto de narrar un hecho histórico ya lo invalida, el acto de re-representarlo lo elimina.

Una adolescente que escuche a La factoría cantando: "Yo necesito saber, si tú me quieres..." jamás pensará en Rocío Dúrcal. No existe el antecedente en su mente; y a nosotros, veteranos, el recuerdo nos ha sido distorsionado.

Esto es a nivel musical, y pudiera parecer inofensivo; pero recordemos la reescritura de la historia en películas como Zapata, de Alfonso Arau, en la que el contacto con nuestro pasado se vuelve una broma de mal gusto. Incluyamos en esta categoría a todas la películas de época que no tratan de un acontecimiento histórico de importancia, pero que describen todo un modo de vida que existió hace décadas o centurias. Para la mayoría de los espectadores, ésa será la única referencia de las costumbres de ese pueblo en ese determinado período de tiempo.

Ni hablar de la reescritura de la historia en los mismos libros de historia, en los archivos de la nación, en los libros de texto. Las profecías de Orwell se han cumplido a tal grado que ahora, el Gran Hermano (nuestro presidente Fox) ha considerado la eliminación de la época prehispánica en los libros de texto. Tal vez así pretenda eliminar nuestra "tradición" indígena de adorar a los extranjeros como si fuesen dioses. Tal vez, cuando crezca la generación de los niños mexicanos con el eslabón perdido de sus raíces indígenas, posea el orgullo de los pueblos europeos (porque, obviamente, no puede tenerlo de los pueblos indígenas de los que proviene) y desprecie a los estadounidenses como lo hacen los franceses. Dudo que funcione Mr. President.

La reescritura de la historia también se realiza a través de la reconstrucción de la arquitectura antigua. Al caminar por Guanajuato después de haber visitado veintiocho veces Disneylandia, se tiene la sensación de que la Alhóndiga de granaditas es un juego parecido a los Piratas del caribe, y que el centro de la ciudad es una copia de Main Street U.S.A., o tal vez del centro comercial del hotel Caesar's de Las Vegas. La historia inmersa en las construcciones originales se anula al colocarse en el mismo plano. Cuando todo es re-producido, lo producido pierde su valor.

La historia se ha detenido, menciona Orwell. Y esa es precisamente la característica promordial de la postmodernidad. No hay nada hacia adelante. El tiempo transcurre en una constante variación de las representaciones del pasado; un reciciclaje de la historia que contribuye a que "todo permaneza exactamente como está".

jueves, julio 15

Utilidades del recién nacido


Aparte de perpetuar la especie, la procreación parece no tener sentido. Es absurdo incluir en una pareja a un ser humano totalmente inútil e indefenso quién mermará la capacidad adquisitiva de los ahora padres, así como sus tiempos dedicados a actividades individuales y de pareja.

Todo parece indicar que la procreación debió haber terminado hace millones de años; pero no fue así debido a los efectos narcóticos de los bebés.

La toma de conciencia de la realidad se acrecenta a través de los años. El infante concibe una realidad utópica que le proporciona la protección del adulto. El joven observa ya lo intolerable de la realidad, pero cree en la posibilidad del cambio, de la revolución. El adulto se da cuenta de que las utopías son eso, y que no habrá ninguna revolución. El saberlo lo devasta, lo convierte poco a poco en un autómata pensante pero resignado. Necesita una distracción de sí mismo, algo en lo que pueda volcar toda su atención para olvidarse de lo que pasa realmente. Algunos eligen cocaína, otros mariguana. Los demás tienen hijos.

Un bebé como centro de mesa evita ver la cara de angustia de la pareja que está enfrente porque no va a alcanzar el dinero para la renta (tal vez por esto la gente de escasos recursos es la que tiene mayor número de crías). Un bebé en el auto ayuda a olvidar que es preciso trabajar diez horas al siguiente día para poder pagarlo. Limpiar la mierda del pañal de un bebé da la sensación de que se está eliminando la mierda que hay en el mundo, la cual es recordada cada media hora en el noticiario del canal local (fue preciso eliminar el gasto del cablevisión).

Un bebé es terapéutico. La familia de adultos en cuyas reuniones navideñas no se intercambian más de veinte palabras, de pronto se convierte en una parvada de dodos parlanchinos a la llegada del primer nieto. Se comunican a través del nieto, casi lo colocan en sus bocas como altavoz para pronunciar la palabras que callaron durante veintitantos años.

La idea del reloj biológico o el "sentar cabeza" no obedece a la necesidad del ser humano de formar una familia. La necesidad (o necedad) de formar una familia es la urgencia de eliminar el contacto con la realidad. Una droga o un bebé son ideales para eso.

Al drogarse, las personas presentan estados mentales idiotas en los que balbucean todo tipo de estupideces. El hacerlo los hace sentir relajados, los hace "olvidar" lo desdichado de su existencia. Con un bebé sucede exactamente lo mismo. La madre, el padre, los abuelos y los tíos, se transforman en seres estúpidos que utilizan lenguajes atrofiados. Las palabras que pronuncian no tienen sentido en su mayoría, y pueden llegar incluso a ensayar movimientos ridículos como los que haría cualquier drogadicto.

El bebé también exige gastos constantes e ineludibles, idénticos a los que supone una adicción. Padres desesperados han robado incluso pañales de un supermercado para atender su adicción. Y el bebé, también como cualquier adicción, crece y demanda más. No contentos con esto, y necesitando todavía más di-versión de sí mismos, se enganchan en una droga distinta (otro hijo), para asegurarse que todo su tiempo libre está consumido.

Curiosamente, el vicio de tener hijos sólo ha sido regulado en muy pocos países. Habrá que ver que tanto reditúa el mercado negro de tener más de un hijo en China, y compararlo con la industria de los productos para bebés en los países occidentales. Este puede ser el caso de un estupefaciente que genera más ganancias no siendo controlado. Pero el control ya se prevee. Son más conocidas las campañas para la planificación familiar que para la rehabilitación de los alcohólicos y drogadictos.

Sin embargo, la solución es la aniquilación.

Una vez que la sociedad esté tan sana de su neurosis que se vuelva justa y perfecta, cesará la necesidad de consumir narcóticos. Una vez que la sociedad deje de consumir narcóticos (drogas y bebés), la población envejecerá y terminará por desaparecer. La mayor prueba de la neurosis de nuestra sociedad es su propia existencia. Ni hijos, ni drogas. La salud implica desaparecer.

viernes, julio 9

PRE-TEXTO

A casi quince días de no dialogar con mi blog (ese parásito que cierto día se instaló en mi cerebro -otro parásito-), es difícil decodificar de nuevo su lenguaje.

Hubo un tiempo en el que era sólo él quien generaba las ideas; yo simplemente las escribía. Yo caminaba, comía, conversaba, incluso pensaba. Pero como dice el evangelio, ya no era yo, sino el espíritu quien vivía en mí.

No es fácil escucharse a sí mismo. No es fácil ir con los ojos bien abiertos, sabiendo que todo lo que emana de mí se refiere precisamente a mí. Si la sociedad me parece detestable es porque mi propia vida me resulta detestable, si la pared está sucia, soy yo la que se siente sucia. Si la literatura ya murió, es mi propia literatura la que ha sucumbido.

La conciencia del desencanto es la única válida. Saber que nada tiene sentido, que nada vale la pena, que nada existe al menos que yo le imprima significado, importancia o existencia.

Qué agotador.

Hace un momento pensaba en el estadio de los padres de San Diego. Pensaba en postear algo acerca de mi rechazo a ese nuevo centro de consumo en el que el deporte es un pretexto. Pensaba decir que la sensación que tengo frente a él cuando camino por las calles de San Diego es la misma que percibo cuando camino por la ciudad industrial de Tijuana. Tenía la intención de decir que algo se perdió. Que perdí algo. Que escribir acerca de esto es el mero pretexto para no encontrarlo.