Self checkout
Entré al supermercado Albertson´s. A mi derecha una computadora lista para ser usada. Un asiento. La invitación a aplicar ahí mismo para un trabajo en esa tienda. Yo, que acababa de pasar seis horas en internet, podía -si es que lo deseaba- solicitar empleo sin hablar con nadie. Continuar con mi soledad.
Caminé por los pasillos de la tienda. Coloqué en mi canasta los pocos víveres que necesitaba. Diez minutos y estaba en una "self check out". Coloqué mis artículos sobre la banda. Los pasé uno a uno por el lector de códigos de barra. El total salió en la pantalla. Introduje un par de billetes y recibí mi cambio. Las bolsas de plástico estaban también a mi disposición. Coloqué los productos en ellas y listo. Sin haber tenido que hablar con alguien, regresé a mi casa. Sin la necesidad de ese molesto "contacto humano".
Las sociedades de control estadounidenses funcionan a la perfección. Un sistema de cobro de ese tipo jamás funcionaría en México. Y no es que sea presumible la delincuencia en este país. Sin embargo, la coerción social aún se encuentra fuera de los individuos. Aún existe la capacidad de obrar acorde a nuestros propios vicios. Pero en el vecino país los individuos llevan ya dentro los controles bajo los cuales deben comportarse; basta escucharlos para identificar los cientos de frases hechas que intercambian y repiten en las situaciones pertinentes.
Tuve una sensación muy extraña cuando abandoné el supermercado. Pensé en los miles de personas que tan sólo abandonan su casa por las noches para platicar unos minutos con el cajero del supermercado. Eran ellos los que hacían fila en las cajas registradoras regulares. Pero luego están los otros, quienes requerían sentirse obligados a contactar con alguien y, ante la facilidad de ser ellos sus propios cajeros, evitaron a toda costa la angustia del contacto. Si hay cajero automático, para qué acercarse a uno real que tal vez sea patético.
La causa de instalar este tipo de aparatos en las tiendas de autoservicio (que, desde que se generaron también se rompieron la relación especial con el dependiente del lugar) es, obviamente, económico. A largo plazo, el ahorro en sueldos, pagos por enfermedad, juicios legales, en fin, el ahorro en todo lo que se pensó cuando inició el desplazamiento del hombre por la máquina, está tras todo ello. No son para "satisfacer" al cliente. Pero, cuando se ha logrado ese tipo de "autocontrol" social, es posible moldear al ciudadano para que sea cada vez más "autosuficiente" y no requiera de molestos seres humanos, cuya función nunca ha sido la de servirlo, sino la de controlarlo. Ya no es necesario. Ya es todo un Do-it-yourself citizen .
Y en ese precindir de contacto humano, el individuo se empobrece. La alienación produce consumidores ideales y, sobre todo, empleados cuya prioridad es su trabajo. No necesitan de una pareja que los limite o amigos que los saboteen con fiestas, reuniones o pláticas por la madrugada.
En una encuesta elaborada en México hace un par de semanas, los mexicanos respondieron que en una escala del 1 al 5, el número 1 era su familia y el 2 su trabajo; mientras que, respondiendo a lo que más les disgustaba, las respuestas apuntaban a su sueldo y su trabajo. Detestar un trabajo no es una virtud, sin embargo, la encuesta denota que aún no hemos sido tragados por el engranaje global de convertirnos tan sólo partes de una gran máquina productora de capital. Aún, en medio de la pobreza y los video escándalos, conservamos una parte viva.
Me prometí no volver a utilizar esas máquinas en ese lugar o en cualquier otro de los muchos en los que ya están instaladas. Realizar nuestras actividades en persona en vez de utilizar una máquina tal vez resulta absurdo cuando esto implica "gastar" nuestro valioso tiempo. Es necesario elegir: o se economizan tiempos y movimientos eliminando poco a poco lo que nos hace humanos o perdemos el tiempo en boberías como hablar con alguien, escucharlo; en interesarme realmente en otro distinto a mi mismo.