Taqueros en peligro de extinción
No son los tacos. Es el taquero. Ni al llegar a nuestra propia casa nos reciben con tanta fiesta como nos recibe un taquero. El anfitrión por excelencia. No hay nada más halagador para un ser humano, que alguien recuerde que a él no le gusta la cebolla, o que prefiere las tripas doraditas.
Si en México la psicoterapia no ha tenido el auge que en Estados Unidos, se debe a los taqueros. Ir a la taquería es terapeútico. El taquero es un terapeuta ideal porque, además de escuchar con atención, recordar tus actividades y problemas, te nutre con lo que más disfrutas por mucho menos de lo que cobra cualquier profesional.
Y es que sólo basta con observarlos. Los taqueros (los verdaderos) tienen una destreza descomunal en la utilización de sus manos. Ni los dealers de Las Vegas pueden moverse así. El sonido que hacen al picar la carne calma a cualquier adulto como lo hace el sonido del corazón al recién nacido. Y esa manera que tienen de rellenar la tortilla mientras te voltean a ver y te dicen: qué tal te fue con lo del carro, güerito. Ninguna madre, jamás, ha sido capaz de voltear a ver a su hijo y escucharlo mientras hace de comer. Un taquero es mejor que una madre.
También están las bromas, los albures y los juegos de palabras ¿Le pico la carne o se la doy entera? ¿No me diga que no le gusta la tortilla? No me recuerde, ya sé que a usté le gusta mucho el chile. Pero no, no es el vocabulario de un pelado agresor, sino de un amigo cercano. Después de un largo día de trabajo, ni la televisión, ni nada, podrán hacer reir más que las ocurrencias del taquero. Es todo él un remanso para las aflicciones. Incluso para la borracheras.
Y luego ese estar al pendiente para pasarte otro taco antes de que le des la última mordida al que tienes en la mano. Y el plato de rábanos y chiles toreados con limoncito, jefe. Y aquí le va su agua, la que le gusta, señorita. Y qué más le damos y a poco no se va a comer el de cabeza, hoy está... mejor prúebelo, para qué le platico, chavalón.
Pero con el tiempo, los terapeutas se vuelven más populares.
Y es que, como le pasó a la banda El recodo, las taquerías también están siendo invadidas por los Backstreet Boys wannabe. Taqueros sin vocación, que provocan que el buche tenga sabor a Big Mac. Taqueros silentes que aprendieron a ser así en la maquila. Taqueros frustrados con maestría en derecho fiscal. Taqueros sin memoria que mandan a las taquerías a la bancarrota, por no tener la agilidad mental de saber cuántos tacos tiene cada cliente en la panza. Taqueros de la era Web.
¿Qué hacer? En la Procuraduría de la defensa del consumidor no aceptarían una queja así: vengo a denunciar a un hombre que se hizo pasa por taquero. No creo que Derechos humanos estaría interesado en velar por los individuos que sufren las vejaciones de los taqueros sin vocación. Ni la Junta de conciliación y arbitraje aceptaría demandas por taqueros no calificados. Tal vez, lo más viable sería considerarlos una especie en extinción. Un grupo de individuos que, como los árboles del Amazonas, deben ser protegidos, pues representan el pulmón (en este caso, el estómago) de la humanidad.
La crisis en México debida a la pérdida de los valores en lo taqueros no sólo tendrá consecuencias gastronómicas sino también psicológicas. El cúmulo de hombres y mujeres huérfanos de taquero, tendrán que buscar asistencia en otros lugares. Las mujeres ya lo han hecho durante mucho tiempo con sus estilistas, quienes son otro tipo de terapeutas. Los hombres, tal vez terminen volviéndose metrosexuales y pasen también a los brazos de un esteta. Lo grave aquí, es la desaparición de la mexicanidad. El fenómeno ya es observable: cada vez hay menos taquerías que ofrezcan tripas ( ou, wácala, they stink) y más hombres con tripas gueritas en la cabeza. Los signos de los tiempos no pueden ser más claros. Los taqueros están a punto de desaparecer.