De viajes
Un viaje es un mito. No importa cuál sea su motivo o su destino. Los viajes sólo consiguen abrir en la realidad cotidiana un hueco, del que poco a poco debe salirse para entrar de nuevo en el engranaje diario. Un viaje es una minificción.
No es posible comprobar científicamente la existencia de un viaje. Queda sólo un sabor vago, una visión borrosa y una memoria cargada de un recuerdo que bien pudiera no ser cierto. Desconfío de los viajes tanto como de mi memoria.
Si fuera el temblor en mis manos una señal segura de que existió un viaje, significa que viajo con demasiada frecuencia. Si fuera un hueco en el estómago, todas las mañanas regreso de un viaje. Si fuera la piel bronceada, mi nacimiento fue el regreso de un viaje.
Aunque podría ser a la inversa. Y el espacio desde el cual escribo, en el que a diario lavo mi cabello y me observo en el espejo, sea en realidad el espacio del viaje. Tal vez todas esas ciudades que recuerda mi mente, esas personas y esas costas son en realidad el sitio en el que habito. Tal vez la ciudad que se cree habitar es una estancia intermedia, tan sólo una escala para el próximo viaje.
Y tal vez la memoria, esa denostada área víctima de múltiples críticas, sea un sitio más real que el que muestran los sentidos. Y cada viaje un recorrido por ese mismo sitio. Y en cada lugar las mismas personas, las mismas búsquedas, la misma euforia, el mismo dolor.
Puede ser que solo habitemos el hueco.