miércoles, octubre 4

Réplica

Hace unos minutos leía mi blog (el más leído por mí misma). Leía una cita que hago de Maffesoli, en la que explica que nos disfrazamos del rol que representamos en el aparato económico. Hoy no estoy de acuerdo conmigo misma de hace unas semanas, cuando acepté lo que dice el autor italiano.

El problema no es que nos disfrazemos de nuestro rol, sino que nos disfrazamos de lo contrario. Los contadores, en sus ratos libres desean acercarse a la cultura. Incluso exhiben sus chamarras y sus morrales trendy para fundirse en el ambiente. Por su parte, los artistas y escritores desean cada vez ser más "normales" y pertenecer al discurso global. Participar de la diversión de las masas. Estar al día de lo chic y lo cool. Ha triunfado la movilidad. La tendencia es no parecer lo que haces.

Lo que eres, por supuesto, no tiene cabida en este sitio. Sólo existe el hacer y el aparentar no hacer. ¿Hay algo de negativo en esto? Y si lo hay, ¿negativo para quién?

Existe una máscara en cualquier disfraz. No importa si es para pertenecer o para huir. El problema, en todo caso, es la máscara misma (unida al disfraz completo).

Prolifera una tendencia a ocuparse teóricamente de los ligeros cambios. Mantener ocupadas mentes brillantísimas en descifrar los fenómenos de la globalización. Esto permite que la estructura se solidifique, aunque sea por algunas décadas, mientras se desploma. Tiene razón Zízek cuando afirma que la estructura capitalista crea la ilusión de que será eterna. Esta idea de eternidad ocupa a las mentes brillantes. Las motiva a conflagraciones mentales para suspender el discurso hegemónico; y termina volviéndolos inofensivos. Meros chupamirtos pensantes. Seres que, a diario, ven el apocalipsis por la ventana. Sin darse cuenta que esa no es una ventana, sino un espejo.

¿Qué hacer? Nada. Los regímenes imperfectos (es decir, todos), se derrumban por sí mismos.

La única tarea real es ser feliz. Esto es aún más difícil que destronar la globalización.