La primera y última impresión
Imaginé sus historias mientras las veía, ¿cómo habían llegado ahí? No tenía más datos sobre ellas (y ellos) que los que iba -también imaginando- el guía. Era posible, tomando en cuenta su posible edad, la extraña estructura de su cuerpo, las vestimentas con las que eran expuestas (pues seguramente tampoco eran las originales), elaborar un perfil completo, una personalidad ficticia de una osamenta cubierta de restos de piel café oscuro. O de lo que fue una persona.
Sin embargo, era preferible adivinar su presente. Lo histórico era demasiado fácil. El presente, el estado actual de la conciencia de quien permanecía dentro de un cubo de cristal, era una tarea más interesante. Sobre todo si para elaborar esta conjetura, se partía de su último gesto.
Caras con un explícito aullido permanente. Rostros que mostraban el más nauseabundo de los horrores. Para morir así, debióse haber visto algo terrible en el preciso momento de cesar la vida. Quien desee preguntarse por el más allá, que vea las caras de esas momias. Tal vez para estas fechas ya se acostumbraron a vivir en ese sórdido lugar. Tal vez, la muerte tan sólo es un mal chiste.
Si pudiésemos petrificar el rostro de un recién nacido, justo cuando sale del vientre y observa el mundo, sería idéntico al de estos despojos de lo que fue un humano. El grito de horror más grande se da al observar este mundo, ningún otro, ningún más allá. Esta única de las realidades. Y aparentemente, la peor.
El gesto de horror de las momias permite asegurarse de que, después de haber pasado por este mundo, no existe ningún paraíso. Ningún infierno. Sólo la broma divina. Solamente el Nietzscheano eterno retorno de lo mismo.
Filtro cerebral es un artefacto inexistente formado de palabras cuya finalidad es la bùsqueda de nimiedades.
lunes, septiembre 27
domingo, septiembre 26
Reflexiones matinales contra el sueño
Por la mañana cuando sola, y con el rostro cubierto de células muertas, me doy cuenta de que llevo seis o nueve horas de suspender mi existencia desde la perspectiva de la producción, siento una especie de escozor prematuro de la muerte. Y no hay razón cotidiana que me convenza de que el sueño no llegará a ser abolido.
Por la mañana cuando sola, y con el rostro cubierto de células muertas, me doy cuenta de que llevo seis o nueve horas de suspender mi existencia desde la perspectiva de la producción, siento una especie de escozor prematuro de la muerte. Y no hay razón cotidiana que me convenza de que el sueño no llegará a ser abolido.
jueves, septiembre 23
Metro mental
Tenía seis años cuando, después de escuchar durante horas enteras a mi abuelo hablar acerca de poetas y judíos, comencé a tomar el gusto por esas extrañas palabras ordenadas con cierto ritmo. Mi padre, feliz de que yo siguiese los pasos poéticos de mi abuelo que él no siguió, comenzó a llenar mi librero. Fué así como inicié mi lectura de López Velarde, Juan de Dios Peza, Antonio Plaza, Rubén Darío, Guillermo Aguirre y Fierro, Amado Nervo, Gustavo Adolfo Becquer, García Lorca, Manuel Gutiérrez Nájera.
Debí haber jugado más con las muñecas.
La mayoría de esos poemas tratan del desencanto, algo no recomendable en la infancia. Sin embargo, eso no fue lo peor que pudo pasarme al leer esos autores a tan temprana edad: en esa época uno desarrolla su lenguaje.
Desgraciadamente aprendí a pensar en endecasílabos.
Ese ritmo me provocó más problemas que el triángulo edípico. Hoy, basta que alguien me sugiera un tema para que yo, sin chistar, comience a desarrollarlo mentalmente en frases de once sílabas. Ya no se diga cuando intento escribir.
Así que por favor, futuros padres de familia, maestros y similares; si ven en sus hijos cualquier inclinación poética, denle a César Vallejo, a Huidobro, a Kozer. Vaya, incluso algo de Villaurrutia. De tal modo que a sus treinta años, no piensen como yo. O como Gutiérrez Nájera:
Morir, y joven: antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona;
cuando la vida dice aún: soy tuya,
aunque sepamos bien que nos traiciona.
Tenía seis años cuando, después de escuchar durante horas enteras a mi abuelo hablar acerca de poetas y judíos, comencé a tomar el gusto por esas extrañas palabras ordenadas con cierto ritmo. Mi padre, feliz de que yo siguiese los pasos poéticos de mi abuelo que él no siguió, comenzó a llenar mi librero. Fué así como inicié mi lectura de López Velarde, Juan de Dios Peza, Antonio Plaza, Rubén Darío, Guillermo Aguirre y Fierro, Amado Nervo, Gustavo Adolfo Becquer, García Lorca, Manuel Gutiérrez Nájera.
Debí haber jugado más con las muñecas.
La mayoría de esos poemas tratan del desencanto, algo no recomendable en la infancia. Sin embargo, eso no fue lo peor que pudo pasarme al leer esos autores a tan temprana edad: en esa época uno desarrolla su lenguaje.
Desgraciadamente aprendí a pensar en endecasílabos.
Ese ritmo me provocó más problemas que el triángulo edípico. Hoy, basta que alguien me sugiera un tema para que yo, sin chistar, comience a desarrollarlo mentalmente en frases de once sílabas. Ya no se diga cuando intento escribir.
Así que por favor, futuros padres de familia, maestros y similares; si ven en sus hijos cualquier inclinación poética, denle a César Vallejo, a Huidobro, a Kozer. Vaya, incluso algo de Villaurrutia. De tal modo que a sus treinta años, no piensen como yo. O como Gutiérrez Nájera:
Morir, y joven: antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona;
cuando la vida dice aún: soy tuya,
aunque sepamos bien que nos traiciona.
martes, septiembre 21
Y volver, volver, volver… a lo mismo
Esas canciones que tanto disfrutamos, que nos llegan hasta el alma, debemos agradecerlas a eso por cual nos identificamos tanto con ellas. Eso que nos invita a escucharlas una y otra y otra vez más, hasta que sangra la herida.
Es ese ingrediente que no puede faltar para que funcione una canción: la neurosis.
Aquí algunos ejemplos y su correspondiente traducción:
Por tu maldito amor, hoy quiero reventarme hasta las venas…
Chantaje de suicidio. Culpar al otro por la incapacidad de enfrentar la propia vida.
Vida, devuélveme mis fantasías…
Relación que terminó porque una de las partes, lejos de establecer contacto con su respectiva pareja, lo hacía con una imagen idealizada de la misma.
La de la mochila azul, la de ojitos dormilones, me dejó gran inquietud y bajas calificaciones…
Culpar al otro de los fracasos propios. Búsqueda de justificaciones para permanecer irresponsable.
No me vuelvo a enamorar, totalmente para qué…
Amenaza. Chantaje. Generalización, “todos son iguales”. Visión pesimista del futuro.
Aquí tienes las llaves de mi alma…
Pedir al otro que se haga responsable de la propia vida para posteriormente culparlo de nuestros males.
Mío, ese hombre es mío, con otra pero mío, mío, mío…
Negación de la realidad. Deseos insatisfechos de control.
Amiga tú, la misma de ayer, la incondicional, la que no espera nada…
Incapacidad de observar la manipulación del otro que ha adoptado una actitud de víctima. Idealización absurda de una mujer para evitar el compromiso.
Hasta ahí la traducción. Debo que ir a subirle al radio.
Esas canciones que tanto disfrutamos, que nos llegan hasta el alma, debemos agradecerlas a eso por cual nos identificamos tanto con ellas. Eso que nos invita a escucharlas una y otra y otra vez más, hasta que sangra la herida.
Es ese ingrediente que no puede faltar para que funcione una canción: la neurosis.
Aquí algunos ejemplos y su correspondiente traducción:
Por tu maldito amor, hoy quiero reventarme hasta las venas…
Chantaje de suicidio. Culpar al otro por la incapacidad de enfrentar la propia vida.
Vida, devuélveme mis fantasías…
Relación que terminó porque una de las partes, lejos de establecer contacto con su respectiva pareja, lo hacía con una imagen idealizada de la misma.
La de la mochila azul, la de ojitos dormilones, me dejó gran inquietud y bajas calificaciones…
Culpar al otro de los fracasos propios. Búsqueda de justificaciones para permanecer irresponsable.
No me vuelvo a enamorar, totalmente para qué…
Amenaza. Chantaje. Generalización, “todos son iguales”. Visión pesimista del futuro.
Aquí tienes las llaves de mi alma…
Pedir al otro que se haga responsable de la propia vida para posteriormente culparlo de nuestros males.
Mío, ese hombre es mío, con otra pero mío, mío, mío…
Negación de la realidad. Deseos insatisfechos de control.
Amiga tú, la misma de ayer, la incondicional, la que no espera nada…
Incapacidad de observar la manipulación del otro que ha adoptado una actitud de víctima. Idealización absurda de una mujer para evitar el compromiso.
Hasta ahí la traducción. Debo que ir a subirle al radio.
lunes, septiembre 20
La poesía en el Cemanáhuac
En el mundo Náhuatl, la poesía era la unión del hombre vivo con la divinidad. Al llegar la muerte, la poesía era lo único que permanecía del hombre en la tierra. Así, la poesía que unía lo humano con lo divino no deseaba participar de la muerte; podía comunicarse con el otro mundo, pero nunca ir allá. La poesía se queda con el hombre. Habla con los dioses, pero ama a los hombres. La muerte no tiene dominio sobre ella. Todo puede morir, menos la palabra.
“En un principio, era la palabra”, dice el cristianismo. De ese modo arrebata la palabra del hombre para transformarla en la palabra de Dios. “Y la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” reza el evangelio. Con el nuevo testamento la palabra se reconcilia con el hombre, pero continúa descendiendo de lo alto. Para los nahuas, sin embargo, la palabra se queda como la aliada del hombre contra la divinidad, pues ¿quién nos va a defender si no es la palabra?
La poesía no es el lenguaje de los dioses. Es el escudo contra su ira. Nos comunica con ellos para protegernos, pero permanece en nosotros. Permanece en nosotros para trascender la muerte, ¿de qué nos sirve ser inmortales en un más allá, lejos de lo humano? Si la aspiración es trascender, la trascendencia debe darse entre lo que somos, no en la esperanza de lo que seremos. Ahí donde la sabiduría se acumula a través de los años, no donde ésta desaparece volviéndose incognoscible.
Lo que las religiones prometen como “la otra vida”, es la trascendencia. El Paraíso, el Reino de los cielos, el Nirvana, Mictlán, la Región del sueño son los sitios donde el hombre no muere; son por lo tanto, tan sólo otros nombres para la Poesía.
¡Con este canto es la marcha
a la región del misterio!
eres festejado,
divinas palabras hiciste
¡pero has muerto…!
Canto a la memoria de Itzcóatl,Cantares mexicanos
En el mundo Náhuatl, la poesía era la unión del hombre vivo con la divinidad. Al llegar la muerte, la poesía era lo único que permanecía del hombre en la tierra. Así, la poesía que unía lo humano con lo divino no deseaba participar de la muerte; podía comunicarse con el otro mundo, pero nunca ir allá. La poesía se queda con el hombre. Habla con los dioses, pero ama a los hombres. La muerte no tiene dominio sobre ella. Todo puede morir, menos la palabra.
“En un principio, era la palabra”, dice el cristianismo. De ese modo arrebata la palabra del hombre para transformarla en la palabra de Dios. “Y la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” reza el evangelio. Con el nuevo testamento la palabra se reconcilia con el hombre, pero continúa descendiendo de lo alto. Para los nahuas, sin embargo, la palabra se queda como la aliada del hombre contra la divinidad, pues ¿quién nos va a defender si no es la palabra?
La poesía no es el lenguaje de los dioses. Es el escudo contra su ira. Nos comunica con ellos para protegernos, pero permanece en nosotros. Permanece en nosotros para trascender la muerte, ¿de qué nos sirve ser inmortales en un más allá, lejos de lo humano? Si la aspiración es trascender, la trascendencia debe darse entre lo que somos, no en la esperanza de lo que seremos. Ahí donde la sabiduría se acumula a través de los años, no donde ésta desaparece volviéndose incognoscible.
Lo que las religiones prometen como “la otra vida”, es la trascendencia. El Paraíso, el Reino de los cielos, el Nirvana, Mictlán, la Región del sueño son los sitios donde el hombre no muere; son por lo tanto, tan sólo otros nombres para la Poesía.
¡Con este canto es la marcha
a la región del misterio!
eres festejado,
divinas palabras hiciste
¡pero has muerto…!
Canto a la memoria de Itzcóatl,Cantares mexicanos
viernes, septiembre 17
Mexi-Can
El pasado 27 de junio miles de mexicanos, hartos de la violencia, se reunieron en el zócalo del Distrito Federal para exigirle y gritarle al presidente Fox que tomara acciones enérgicas contra esa situación que los mantiene temerosos y cautivos. Pasaron menos de tres meses cuando, sin haber logrado respuestas acordes a sus demandas, los mismos mexicanos, en el mismo lugar, se volvieron a reunir con el presidente; esta vez fue también para gritar, pero con el mejor de los humores, celebrando la gran fiesta "La Independencia".
Moraleja: El mexicano es el mejor amigo del hombre.
°
Feliz Cumpleaños, Señor Dictador
La tradición de "dar el grito" como conmemoración de la independencia de México fue instituída por Porfirio Diaz.
Casualmente, el 15 de septiembre era el día de su cumpleaños.
El pasado 27 de junio miles de mexicanos, hartos de la violencia, se reunieron en el zócalo del Distrito Federal para exigirle y gritarle al presidente Fox que tomara acciones enérgicas contra esa situación que los mantiene temerosos y cautivos. Pasaron menos de tres meses cuando, sin haber logrado respuestas acordes a sus demandas, los mismos mexicanos, en el mismo lugar, se volvieron a reunir con el presidente; esta vez fue también para gritar, pero con el mejor de los humores, celebrando la gran fiesta "La Independencia".
Moraleja: El mexicano es el mejor amigo del hombre.
°
Feliz Cumpleaños, Señor Dictador
La tradición de "dar el grito" como conmemoración de la independencia de México fue instituída por Porfirio Diaz.
Casualmente, el 15 de septiembre era el día de su cumpleaños.
domingo, septiembre 12
A la medida
La ambición colectiva. Expansión sin límite. El crecimiento canceroso hacia la muerte. Dejar hacer, dejar pasar se ha convertido en permisividad absurda. La prueba más cercana es la talla de mi pantalón.
Explorando el clóset de mi madre, encontré algunas piezas de ropa que me llamaron la atención. Eran obviamente prendas fabricadas hace más de treinta años. Dudé en probármelas, pues eran dos tallas más arriba de la que uso. Observándolas bien, me di cuenta de que su tamaño no distaba mucho del de mi ropa actual. Me las probé. Me quedaron perfectas.
Con curiosidad, indagué en tiendas de segunda. El mismo resultado.
Las tallas se han expandido al ritmo de los cuerpos. Las medidas, límites para el volumen físico, se han ido “adecuando a las necesidades”. Si yo hubiese tenido treinta años en 1970 y el mismo cuerpo, usaría talla diez. En el 2004 soy talla seis. No tengo por qué preocuparme de llegar a ser una anciana obesa. Para cuando tenga 60, seguramente continuaré usando la misma talla, aunque pese veinte kilos más.
Es lógico que las medidas pequeñas vendan más. El autoengaño colectivo funciona. Pero el autoengaño tiene límites aunque aparente lo contrario. Los problemas de salud relativos a la obesidad se incrementan, pero las tallas se expanden. Las tallas se expanden al tiempo que la imagen de la mujer ideal se reduce a una pura estructura ósea con pechos enormes. Los extremos del cuerpo son los extremos en el plano social, pues lo micro se representa en lo macro y viceversa. El grado de tolerancia hacia cualquier tipo de destrucción se incrementa como las tallas de los pantalones, al tiempo que el discurso de la hermandad de la globalización se contradice.
Sería insoportable, por supuesto, enfrentarnos a la realidad. Vestir la talla que nos corresponde. Darnos cuenta de que la realidad televisiva y virtual es tan sólo una realidad que se ha adecuado a nuestro peso, al que es preferible ignorar con imágenes mentales para no salir a la calles y enfrentarnos con el real cuerpo del otro. El tangible otro que nos define y, por lo tanto, nos destroza.
°
a.B.L y d.B.L
Con frecuencia soy ingrata y malagradecida. Olvido las fechas significativas y los cumpleaños, justo cuando llegan, después de haber estado pensando en ellos durante meses. Enfrentar la realidad nunca ha sido algo que me caracterice.
Ayer debí mostrar mi gratitud a una persona que me permitió, con sus acciones, darme cuenta de lo perfecto de mi vida y, por ende, echarla a perder. No soy más feliz gracias a eso. El hacer lo que quiero incluso me da menores retribuciones que el hacer lo que debo. Pero hubo algo ese 11 de septiembre que me cuestionó, ¿podrías morir hoy, satisfecha?
Y respondí que no.
A partir de ese día comencé una búsqueda frenética de todo lo que me satisficiera. Me convertí en la niña que, después de pasar años con la nariz pegada a la vitrina de pasteles, le permiten adentrarse en ella y hartarse. Pero, siguiendo el pensamiento de Blake de que nadie sabe cuánto es suficiente hasta que ha sabido cuánto es más que suficiente, establecí mis límites.
Bin Laden nunca sabrá lo que significa para mí.
Caí. Fui lanzada al abismo junto con las cientos de personas que se lanzaron del World Trade Center. Incluso morí.
Hoy soy tan joven que aún poseo el asombro infantil. Nací hace tres años. Este renacimiento aún me resulta extraño en ocasiones. Y mi boca tiembla todavía cuando, a la pregunta que me hice el 11 de septiembre del 2001, respondo:
Sí.
Entonces, la misma voz murmura:
¿Y a mí qué?
La ambición colectiva. Expansión sin límite. El crecimiento canceroso hacia la muerte. Dejar hacer, dejar pasar se ha convertido en permisividad absurda. La prueba más cercana es la talla de mi pantalón.
Explorando el clóset de mi madre, encontré algunas piezas de ropa que me llamaron la atención. Eran obviamente prendas fabricadas hace más de treinta años. Dudé en probármelas, pues eran dos tallas más arriba de la que uso. Observándolas bien, me di cuenta de que su tamaño no distaba mucho del de mi ropa actual. Me las probé. Me quedaron perfectas.
Con curiosidad, indagué en tiendas de segunda. El mismo resultado.
Las tallas se han expandido al ritmo de los cuerpos. Las medidas, límites para el volumen físico, se han ido “adecuando a las necesidades”. Si yo hubiese tenido treinta años en 1970 y el mismo cuerpo, usaría talla diez. En el 2004 soy talla seis. No tengo por qué preocuparme de llegar a ser una anciana obesa. Para cuando tenga 60, seguramente continuaré usando la misma talla, aunque pese veinte kilos más.
Es lógico que las medidas pequeñas vendan más. El autoengaño colectivo funciona. Pero el autoengaño tiene límites aunque aparente lo contrario. Los problemas de salud relativos a la obesidad se incrementan, pero las tallas se expanden. Las tallas se expanden al tiempo que la imagen de la mujer ideal se reduce a una pura estructura ósea con pechos enormes. Los extremos del cuerpo son los extremos en el plano social, pues lo micro se representa en lo macro y viceversa. El grado de tolerancia hacia cualquier tipo de destrucción se incrementa como las tallas de los pantalones, al tiempo que el discurso de la hermandad de la globalización se contradice.
Sería insoportable, por supuesto, enfrentarnos a la realidad. Vestir la talla que nos corresponde. Darnos cuenta de que la realidad televisiva y virtual es tan sólo una realidad que se ha adecuado a nuestro peso, al que es preferible ignorar con imágenes mentales para no salir a la calles y enfrentarnos con el real cuerpo del otro. El tangible otro que nos define y, por lo tanto, nos destroza.
°
a.B.L y d.B.L
Con frecuencia soy ingrata y malagradecida. Olvido las fechas significativas y los cumpleaños, justo cuando llegan, después de haber estado pensando en ellos durante meses. Enfrentar la realidad nunca ha sido algo que me caracterice.
Ayer debí mostrar mi gratitud a una persona que me permitió, con sus acciones, darme cuenta de lo perfecto de mi vida y, por ende, echarla a perder. No soy más feliz gracias a eso. El hacer lo que quiero incluso me da menores retribuciones que el hacer lo que debo. Pero hubo algo ese 11 de septiembre que me cuestionó, ¿podrías morir hoy, satisfecha?
Y respondí que no.
A partir de ese día comencé una búsqueda frenética de todo lo que me satisficiera. Me convertí en la niña que, después de pasar años con la nariz pegada a la vitrina de pasteles, le permiten adentrarse en ella y hartarse. Pero, siguiendo el pensamiento de Blake de que nadie sabe cuánto es suficiente hasta que ha sabido cuánto es más que suficiente, establecí mis límites.
Bin Laden nunca sabrá lo que significa para mí.
Caí. Fui lanzada al abismo junto con las cientos de personas que se lanzaron del World Trade Center. Incluso morí.
Hoy soy tan joven que aún poseo el asombro infantil. Nací hace tres años. Este renacimiento aún me resulta extraño en ocasiones. Y mi boca tiembla todavía cuando, a la pregunta que me hice el 11 de septiembre del 2001, respondo:
Sí.
Entonces, la misma voz murmura:
¿Y a mí qué?
sábado, septiembre 4
DIA DE LA INDEPENDENCIA
David Bohm, Campo de la energía inteligente
No hay mejor manera de mantener una utopía que nombrándola. Una vez que la palabra ha sido creada, miles de voces agradecen. Al fin han encontrado una palabra adecuada. O una escondite.
Existen grados de dependencia. Se puede ser más o menos dependiente de la madre, del dinero, de la sociedad. Todo cuanto existe está ligado. Me puedo engañar diciendo que no tengo nada que ver con, que aquello es totalmente ajeno a, que lo que escribo es algo totalmente independiente. Que soy independiente.
Independiente es una palabra construída para eliminar los posibles vínculos con lo que estoy obviamente vinculado. La independencia es tan absurda como los resultados actuales de la lucha de México en 1810. Cierto es que los grados de dependencia convierten en sana o en patológica la relación con alguien o con algo. Grados de dependencia sanos son aquellos en que se acepta la relación del uno con el todo.
Las frases mismas establecen las relaciones. Decir que este texto es totalmente ajeno a la literatura húngara obviamente lo liga con ésta. Afirmar que no dependo de alguien me liga a ese alguien del que no dependo, y al que necesito para afirmar que no dependo de él.
Dependo de lo que no conozco, de quien no me conoce, de lo que existe. La dependencia es la mera interrelación; pero cuando socialmente las interrelaciones se dificultan cada vez más, se facilita más el halagar esa discapacidad que el enfrentarla. Y para no calificar a la discapacidad como negativa, se le califica con una palabra utópica que es consumida por la fantasía social. Se le califica como independencia.
La independencia es un escudo de dolor. Es el escudo de quien depende tanto que desgasta su vida en demostrar lo contrario, recorriendo un camino paralelo.
"Existe en campo invisible que mantiene unida toda la realidad, un campo que posee la propiedad de saber lo que está pasando en cualquier parte en un momento determinado".
David Bohm, Campo de la energía inteligente
No hay mejor manera de mantener una utopía que nombrándola. Una vez que la palabra ha sido creada, miles de voces agradecen. Al fin han encontrado una palabra adecuada. O una escondite.
Existen grados de dependencia. Se puede ser más o menos dependiente de la madre, del dinero, de la sociedad. Todo cuanto existe está ligado. Me puedo engañar diciendo que no tengo nada que ver con, que aquello es totalmente ajeno a, que lo que escribo es algo totalmente independiente. Que soy independiente.
Independiente es una palabra construída para eliminar los posibles vínculos con lo que estoy obviamente vinculado. La independencia es tan absurda como los resultados actuales de la lucha de México en 1810. Cierto es que los grados de dependencia convierten en sana o en patológica la relación con alguien o con algo. Grados de dependencia sanos son aquellos en que se acepta la relación del uno con el todo.
Las frases mismas establecen las relaciones. Decir que este texto es totalmente ajeno a la literatura húngara obviamente lo liga con ésta. Afirmar que no dependo de alguien me liga a ese alguien del que no dependo, y al que necesito para afirmar que no dependo de él.
Dependo de lo que no conozco, de quien no me conoce, de lo que existe. La dependencia es la mera interrelación; pero cuando socialmente las interrelaciones se dificultan cada vez más, se facilita más el halagar esa discapacidad que el enfrentarla. Y para no calificar a la discapacidad como negativa, se le califica con una palabra utópica que es consumida por la fantasía social. Se le califica como independencia.
La independencia es un escudo de dolor. Es el escudo de quien depende tanto que desgasta su vida en demostrar lo contrario, recorriendo un camino paralelo.