lunes, septiembre 20

La poesía en el Cemanáhuac

En el mundo Náhuatl, la poesía era la unión del hombre vivo con la divinidad. Al llegar la muerte, la poesía era lo único que permanecía del hombre en la tierra. Así, la poesía que unía lo humano con lo divino no deseaba participar de la muerte; podía comunicarse con el otro mundo, pero nunca ir allá. La poesía se queda con el hombre. Habla con los dioses, pero ama a los hombres. La muerte no tiene dominio sobre ella. Todo puede morir, menos la palabra.

“En un principio, era la palabra”, dice el cristianismo. De ese modo arrebata la palabra del hombre para transformarla en la palabra de Dios. “Y la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” reza el evangelio. Con el nuevo testamento la palabra se reconcilia con el hombre, pero continúa descendiendo de lo alto. Para los nahuas, sin embargo, la palabra se queda como la aliada del hombre contra la divinidad, pues ¿quién nos va a defender si no es la palabra?

La poesía no es el lenguaje de los dioses. Es el escudo contra su ira. Nos comunica con ellos para protegernos, pero permanece en nosotros. Permanece en nosotros para trascender la muerte, ¿de qué nos sirve ser inmortales en un más allá, lejos de lo humano? Si la aspiración es trascender, la trascendencia debe darse entre lo que somos, no en la esperanza de lo que seremos. Ahí donde la sabiduría se acumula a través de los años, no donde ésta desaparece volviéndose incognoscible.

Lo que las religiones prometen como “la otra vida”, es la trascendencia. El Paraíso, el Reino de los cielos, el Nirvana, Mictlán, la Región del sueño son los sitios donde el hombre no muere; son por lo tanto, tan sólo otros nombres para la Poesía.


¡Con este canto es la marcha
a la región del misterio!
eres festejado,
divinas palabras hiciste
¡pero has muerto…!


Canto a la memoria de Itzcóatl,Cantares mexicanos