Pretextos en cinta
La comodidad ha ido eliminando mis placeres. Recuerdo la primera tienda de renta de videos en Tijuana, Estación Video 2000. No sé exactamente hace cuántos años la abrieron, pero estoy segura que son más de 20.
Era todo un viaje ir a rentar una película. Decidirlo con la familia, subirse al carro, llegar a ese lugar intergaláctico. Caminar entre los estantes llenos de películas desconocidas. Consultar a la familia. Pasar a comprar maíz para hacer palomitas en una olla con mantequilla. Oler la olla desde la mesa del comedor, mientras mis padres las cocinaban (¿las palomitas se “cocinan”?).
Después llegaron los videocentros y luego los microondas. Aún así podíamos bajar (a veces incluso caminando) a Las Palmas a rentar una película al videocentro y sacar una bolsa de palomitas para microondas de la caja de mayoreo que ya vendían en el Price Club de Chula Vista.
Llegó la parabólica y poco después su pequeño hermano, el DirecTV.
Más se tardaban las palomitas en el microondas que la película en comprarse con el click del control. Tanta disposición terminó con mi gusto por las películas en exceso. Me di cuenta (yo también, ¡sí!), que no era Ítaca, sino el camino, y que lo que me gustaba no eran las películas, sino los viajes. Pero como ya existen tantas videos y están tan cerca de las casas, ya no hay que hacer ningún viaje largo para rentar películas. Además, ya no son videos, ahora son DVD´s y, por consiguiente, no se tienen que reembobinar.
Pero como todo tiene remedio en esta vida y todo por servir se acaba y todo acaba sirviendo, el DirecTV se acabó. En vez de subscribirme con la competencia o contratar Dish Network en los E.U. he sacado membresía en el Blockbuster más lejano a mi domicilio. De esa manera tardo casi una hora desde que decido rentar una película hasta que regreso de nuevo a mi casa. Con frecuencia la regreso a la tienda sin haberla visto, porque tengo cosas más importantes qué hacer que estar perdiendo mi tiempo frente al televisor. Como si el tiempo me sobrara.