viernes, febrero 27

DE NUEVO

Nunca pensé que duraríamos tantos años juntas. Desconfié de ella cuando él me la presentó. Recuerdo bien la tienda, la iluminación, la hora.

Esa noche fuimos juntas a casa, y estuvimos mirándonos un buen rato, de lejos, resistiendo.

Tres dias después andábamos por todas partes. Ella, con su piel morena, colgada siempre de mi hombro. Siempre dispuesta a recibir mis manos, siempre solícita a mis requerimientos.

Ahora que lo recuerdo, nos veíamos muy bien.

Pero el tiempo, ese maldito tiempo acaba con todo (sobre todo con el tiempo). La relación no se deterioró, pero ella sí. Quise negarlo y continuar. Quise ignorar lo que pasaba. Pero llegó el momento en que comencé a avergonzarme de traerla prendida de mi hombro, de soportar su aspecto, de ver como literalmente se deshacía cuando la tocaba. Y sucedió.

Aún en su compañía, fui a buscar otra. Y ella vio como nos mirábamos. Como yo las rechazaba, o las aceptaba parcialmente. Cómo cada una era la posibilidad del inminente adiós.

Y la encontré.

No fue amor a primera vista.

Ni a segunda.

Pero se mostró amable y me acompañó con su cara nueva a todo lugar. Mientras La Que Fue sentía como la vaciaba, como la despojaba de todo lo que algún día fue "nuestro". Sin decirle nada, la descolgué de mi hombro y me alejé.

Creo que no pasó más de un mes cuando me dí cuenta de que nunca podría ser con ella lo que había sido antes. Su holgura me hostigaba, su falta de práctica, su manera de colgar de mi hombro. Y la vacié.

Una semana estuvo La Abandonada en tratamiento. La reconstruyeron, la cosieron, la dejaron justa.

No le pedí perdón mientras la llenaba de nuevo, mientras acomodaba en ella mi vida. No le dije nada mientras, satisfecha, la colgué de nuevo a mi hombro, mientras tocaba su piel recién pintada, sintiendo la angustia de saber que no estará para siempre, pero que al menos, caminaremos juntas otro par de años. Otros setecientos días de perfección.