lunes, agosto 2



UN DIA SIN MEXICANOS

Los Arau siempre superan nuestras peores expectativas. Eso pensé mientras pagaba un boleto de nueve dólares (cien pesos) en los cines de Palm Promenade para entrar a soportar una película que de antemano esperaba que fuese mala. Lo sé, mala es un halago. Incluso me siento avergonzada de efectuar esta reseña. Dialogar con una cinta con esas características no es imposible. Es insultante.

Un domingo a las nueve de la noche, Spiderman II, Fahrenheit 9/11, El día después de mañana y los Inmigrantes Indocumentados divierten igual.

Un día sin mexicanos (A day without a mexican; www.adaywithoutamexican.com) de Sergio Arau no pasa inadvertida: lo explotado en su cinta son los inmigrantes mexicanos explotados en California. Saber qué discurso se lanza acerca de ese tema en un cinema californiano, en el que la jurisdicción es del gobernador Schwarzenegger y el soundrack de la sala contigua de Jennifer López, sólo interesó a unas cuantas parejas que ya no alcanzaron boleto para Shrek II, media docena de chicanos resentidos y a una enajenada como yo, a quien de paso le preocupa qué tipo de producciones solventa Televisa, Videocine y Cinépolis.

Probablemente Arau, cuando se vio en la necesidad de bautizar el género de su cinta, adquirió uno de esos ejemplares que consultan las madres expectantes para nombrar a sus hijos. El resultado fue un término muy ingenioso: mockumentary, una palabra construída de mock (burla) y documentary (documental).

Procedimientos laboriosos y rebuscados neologismos son los que inventamos cuando olvidamos un término tan obvio como parodia.

La película intenta emular a los documentales de Michael Moore, en los que se entreveran temas políticos con situaciones chuscas; sin embargo Un día sin mexicanos no va más allá de la mera sangronada.
Afortunadamente, la sala de cine estaba casi vacía. Así que creo que nadie me observó tomar notas. La cinta comienza cuando una norteamericana joven y guapa pierde misteriosamente a su “Latin Lover” (Eduardo Palomo). Es en esa escena donde surgen los primeros dos estereotipos: la gringa boba y el Salvaje Sexy. Y los estereotipos no cesan durante toda la cinta. Pareciera que Arau basó su “docuburlal” en las caricaturas de Speedy González, la película The Three amigos (en la que, por cierto, actúa su padre Alfonso Arau) y en Los gringos también lloran.

La intención aparente de Sergio Arau es buena: mostrar la importancia negada a cientos de miles de trabajadores indocumentados que residen en California, utilizando el refrán: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”. Inicialmente, el director extendió el refrán a un cortometraje y, en Un día sin mexicanos, lo estiró aún más hasta convertirlo en una fresa agigantada artificialmente: hueca e insípida.

Siguiendo la idea del refrán, en la película desaparecen todos los mexicanos del estado de California.

¿Dónde hacen falta esos millones de desaparecidos?

En la pizca de tomates y chiles transgénicos; como albañiles baratos, súper sirvientas, cocineros jarochos de comida china, griega o tailandesa y burrito makers. Por supuesto que se equilibra la situación haciendo desaparecer también al gobernador del estado y a un miembro de su gabinete, de quien nunca se hubiera sospechado que fuese mexicano, pues al parecer, era “latino de clóset”. Sin embargo, Arau polariza; jamás representa a los miles de mexicanos que se desempeñan en todos los niveles profesionales. El mexicano sólo puede ser cacique o campesino.

Sergio Arau utiliza también los recursos burdo-mágicos que tanto preconiza su padre. California se encuentra bajo el efecto de una niebla “misteriosa” que absurdamente impide que sus habitantes salgan del territorio. Los efectos “especiales” de la niebla de Un día sin mexicanos son aún peores que las desapariciones humeantes de la mujer-nagual en Zapata.

Un mexicano siempre divierte. Es tan curioso, tan cute, mi amigou. Y su figura chispeante resalta aún más al contraponerla al cliché del anglosajón aburrido. En una escena, el hijo de un estadounidense derechista, quien participaba en el movimiento equivalente al surgido en los noventas de Light Up the Border, es rescatado por José, un campesino empleado de su abuelo, quién le ofrece emociones fuertes, amabilidad e incluso la posibilidad de tocar una serpiente. Más adelante en la película, cuando el Buen José ha desaparecido entre la niebla, el mismo niño juega un partido de ajedrez con su abuelo, mientras muestra su cara de tedio ante la ausencia de su changuito preferido: José.



Sucede lo mismo cuando el senador pierde a la mujer de su casa: su sirvienta. Pobres norteamericanos, nos necesitan, no son nadie sin nosotros: la esposa no puede ni siquiera cocinar un huevo, la hija se va sin su lunch a la escuela, el marido debe comprar burritos mal hechos por los gringos porque ya no está ella para que le cocine sus huevous rencherous. La criatura desvalida es siempre la manipuladora. Oh, sí, tú mecsicano, venir a limpiar las fosas sépticas, a pizcar fresas en el desierto, a construir mis centros comerciales, a cuidar a mis hijos, a hacerme de comer: yo soy incapaz de hacer esas cosas, too dificult. ¿Qué te parece si mejor yo gano $35.00 dólares la hora en mi office y a ti te pago $5.00 dólares para que hagas eso? Es que la verdad yo no saber hacerlou.

Se narran dos historias. La primera, y de menos importancia, es la de la norteamericana que relata la desaparición de su esposo, el rockero mexicano. Ella posee el primer enigma en su propia casa: su pequeña hija, aparentemente mitad mexicana, no desapareció con los demás, mientras que su hijo mayor sí lo hizo. La segunda historia y la principal, es la de una reportera supuestamente mexicana que tampoco desaparece.

La bella rubia nunca iba a amar realmente a un pobre músico mexicano: ella le había asestado los cuernos con su vecino, también norteamericano, y la niña no desapareció con los mexicanos porque era hija de dos gringos. Por su parte, la reportera confirma el look latino: todo aquel que posee piel apiñonada y cabello negro. Esta mujer era originaria de Armenia. Había sido criada por padres mexicanos en California, pero su país natal era Armenia. Sin embargo, la visión norteamericana del latino no puede ser cuestionada: la reportera termina por desaparecer en la niebla cuando afirma que su corazón es mexicano. Told you she was Latina. I’m never wrong.

Cada cierto tiempo, aparecen unos subtítulos blancos que pretenden educar al espectador (idiota, por supuesto) aclarando por ejemplo: que los guatemaltecos y los salvadoreños NO son mexicanos, que el territorio de California ERA parte de México, y otras obviedades por el estilo ¿qué tipo de público tiene en mente Sergio Arau? Es posible que haya sido consciente del nivel intelectual de las personas a las que apela su película y, por consiguiente, del tipo de público que se interesará en ella. En todo caso, esas personas no necesitan estar en el cine, sino de nuevo en la escuela primaria. (Aunque con las nuevas reformas educativas de nuestro presidente Fox, tal vez sea más recomendable que se vuelvan autodidactas).

En realidad, dudo que Sergio Arau haya tenido la intención de hacer reflexionar al pueblo de Norteamérica acerca de la importancia del trabajador mexicano. Arau, como cualquier empresario, vende un producto y, como buen empresario, quiere que sea un producto de moda y controversial. Sin embargo, tal vez padre e hijo deban buscar un nuevo asesor mercadológico porque, si bien los temas elegidos para sus películas parecen garantizar taquillas abarrotadas, la bajísima calidad de éstas acaban superando toda expectativa pesimista.

Un día sin mexicanos es el anhelo de un cineasta junior quien desea que suceda en su vida lo que pasa al final de la película: cuando los mexicanos reaparecen en la zona del Bordo, son acogidos por los oficiales norteamericanos de inmigración con calidez, fiesta, porras y alegría. Un mexicano estereotipado: aquel que se vende a si mismo cubierto de adornos ridículos en un “docuburlal”. Un mexicano que a su identidad ha añadido queso amarillo.