sábado, agosto 30

DE MAESTROS Y OTROS MISTERIOS
(Felicidades Mayra, ya llevas dos títulos en tu idioma)

(-¿Y eso qué?)
(-Nada, que me da gusto)
(-¿Qué tiene de malo que escriba los títulos en inglés?)
(-Se me figura que tienes que nombrar las cosas en ese idioma para validarlas)
(-Ni al caso, lo que pasa es que así me vienen a la mente)
(-Entonces tu problema es más grave, pues está en el inconsciente)
(-Chin, ¿tú crees?)
(-Sí, y te recomiendo que lo analices con cuidado y pronto. Si quieres, yo te puedo dar terapia)
(-Pero si tú eres yo!)
(-You're so fucking right! I should've known!)

Pero no me cuelgues, porque quiero oir tu voz...

La primera que tuve, como a todo lo mediocre, no la recuerdo. La segunda sí, parecía una mujer-pájaro de plumaje blanco que pronunciaba palabras en inglés y me llamaba: “my little star”. Luego vinieron otros de todo tipo, raza y patología. Al inicio no sospechaba nada de ellos, al contrario, los respetaba, y quería que me adularan: todos, siempre, a todas horas.10.

Cuando tomé conciencia de mí misma (alrededor de los doce años) empecé a sospechar de ellos, pero aún así los veía con cierto respeto. Nunca me gustó hacerles la barba y despreciaba a quienes lo hacían. Mis técnicas eran otras, y fueron tan buenas, que pude pasar toda la preparatoria viviendo de mis rentas (fama de excelente alumna). Para entonces ya los había archivado a cada uno en su respectivo folder, con un estudio pormenorizado de sus debilidades. No merecían más. Estaban ahí porque el mundo real les daba miedo, y preferían esta simulación; así que yo tan sólo la extendía un poco más allá.

Ser maestro es una actividad noble, casi filantrópica ¿Dónde estaríamos hoy si no hubiesen existido esos seres que con paciencia inculcaron conocimientos en nosotros? Maestro. La sola palabra impone. El que sabe, el que enseña. El ejemplo. Los hay de vocación, quienes verdaderamente lo hacen por el bien de quien los atiende. También están los otros, los que necesitan el trabajo y le ponen algo de entusiasmo. Los que solamente necesitan el trabajo. Los que lo odian. Sea cual fuere la razón inicial de dar clases, esta labor no deja de ser considerada valiosa por la sociedad, casi al nivel de un médico o un sacerdote. Sin embargo, hay algo sospechoso.

Quienes, en los niveles superiores, dan tan sólo un par de horas, para luego dedicarse a enfrentar su ámbito laboral, se salvan de mis sospechas: traen hasta sus aulas conocimiento fresco y real de quien se ha batido en la lucha y llega con el informe de los hechos. Pero luego están los otros, los que acumulan horas como monedas en la alcancía. Tal vez algún día enfrentaron el campo laboral y, derrotados, decidieron dedicarse a hablar de lo que no pudieron hacer, o no les gustó. Tal vez nunca lo enfrentaron y siempre han estado en la torre de control imaginando lo que es conducir un avión. El conocimiento que transmitimos (chin! me delaté) es de épocas pasadas, desempolvado del panteón. Palabras tan secas como los libros.

Pero ¿cómo culparlos? ¿quién sino ellos para educar? ¿quién más se atreve? Por supuesto que a varios les indicaría cambiar de profesión a una que puedan vivir en lo real (consejo tomado); sin embargo, sé que no todos lo quieren hacer. Hay algo curioso en ellos, en su manera de hablar, de caminar, de expresarse. Han entrado a la logia y ya no saldrán de ahí. Es una lucha constante contra lo que odian, pero no pueden dejar. Una pareja incapaz de separarse, pues resulta funcional en su patología.

Ah, los misterios de la profesión, los misterios del trabajo. Sin saberlo, nuestro desarrollo profesional es impulsado por nuestras represiones, las relaciones con nuestra actividad productiva (sic) merecen tanta atención terapéutica como nuestras relaciones familiares o de pareja. Toda profesión es la antípoda de una neurosis; se elige para intentar huir de ella, pero tan sólo la incrementa. La docencia es solamente un ejemplo; sin embargo, me atrevería a afirmar que un país en el que la ignorancia abunda por escasez de maestros, es un país sano.