martes, enero 6

HERIDAS

Las heridas son puertas abiertas al conocimiento. Me gusta convivir con personas heridas, pues tienen la capacidad de permitir que uno se introduzca bajo su piel para indagar. No importa el origen de las heridas, lo importante es que no hayan sanado, que estén abiertas y sangrando constantemente. Que permitan el paso hacia las profundidades del ser.

Cierto, si, todos tenemos heridas. Y los que parecen no tenerlas es porque las esconden bajo la ropa, dentro del auto; las rellenan de palabras, de hijos, de alcohol. Las heridas son recipientes perfectos para cientos de objetos, de manías, de ocupaciones, de sonrisas. Quienes ocultan sus heridas y aparentan equilibrio se tornan en seres adaptados. Ellos entran en el desfile de la normalidad, carnaval en el que todos usan disfraces que cubren estratégicamente la herida. De noche lloran en silencio, de modo que nadie se entere. Es difícil mostrar nuestras heridas ante ese desfile frenético. Si lo hacemos, probablemente nos ignoren o rehuyan, pues les han dicho que mostrar dolor es indeseable, que el dolor tan sólo contamina y vuelve a las personas no consumidores. El dolor aleja, el dolor aisla, pero también une.

Unidos en el dolor, los heridos con frecuencia tememos a perder la llaga, de modo que no es extraño que existan masoquistas entre nosotros. Soñadores que no quieren disfrazarse, pero que tampoco sabrían que hacer con una cicatriz. Los cicatrizados no se disfrazan, los cicatrizados son sabios. Pero la sabiduría es siempre cuestión de horas.

Entre los heridos cuento a mis mejores amigos. Nos gusta hablar de nuestras heridas como conversación común. La preferimos a hablar de Big Brother o de la ropa o del trabajo. Nuestro tema favorito es el de las heridas. Y como las heridas son puertas, así nos conocemos mucho mejor que si hablásemos de las actividades o de las acciones de otros. Hablamos de lo que nuestras heridas nos dicen, de nuestros sueños de cicatriz, de los momentos en que fueron hechas, del amor que les tenemos. Hablamos de eso mientras nos enorgullecemos de ellas y miramos a los heridos-disfrazados pasar junto a nosotros. La mayoría de nostros tenemos un disfraz en casa, y de repente lo usamos cuando alguna situación lo requiere. Unos más que otros. Algunos no tienen disfraz: son quienes más sufren cuando deben entrar al caranaval. Lo curioso es que, quienes nos disfrazamos, nunca nos vemos como los siempre-disfrazados. Algo curioso se revela en la manera en que utilizamos el disfraz, algo extraño, algo cómico. Como no lo utilizamos a diario, no tenemos la habilidad de aquellos.

Nuestras heridas no provienen de las mismas armas, ni de las mismas edades, ni de las mismas situaciones; pero tienen la característica común de hacernos sentir de tal modo orgullosos de ellas, que las mostramos sin pudor. Tal vez sea rebeldía, tal vez venganza, tal vez resistencia al disfraz o esperanza a la cicatriz. Tal vez en el camino nos hacemos dependientes de ellas, tal vez transforman la vulnerabilidad en escudo. El hecho es que las compartimos, nos observamos a través de ellas y nos permiten conocer a verdaderos seres humanos que de otro modo hubiesen sido solamente actores.




INTERPRETACIONES


Atribuir un significado a una persona o cosa.


No hay problema con la definición, de hecho generalmente entendemos por significado un sinónimo de definición; pero por ahí a alguien le dió por atribuirle significados a lo que estaba ya más que definido.

Probablemente todo comenzó cuando se cuestionaron acerca de las definiciones, pues éstas de igual modo, habían sido atribuidas a los objetos, personas y situaciones por alguien. Otro más, no conforme con la definición, se dió a la tarea de dar significados. Y de ahí hasta Freud.

Ahora nadie puede decir que porta un arma corta de fuego provista de un cargador en la culata que se maneja con una sola mano. No, ahora ésta persona porta un símbolo fálico. Esa es la intepretación de traer una pistola: una sobrecompensación para el hombre/mujer que carece del poder que desea en sus genitales. Cuidado quién cargue una pistola.

Una intepretación así es aceptada porque proviene de un reconocido interpretador. Pero qué pasaría si a esa arma le atribuyéramos otro significado, digamos que, quién porta un arma es generalmente una persona estreñida, y fantasea con castigar a otro con el excremento que lo castiga a él. O que el portar un arma significa que el portador fue destetado prematuramente, y que ahora busca vengarse de la sociedad-madre que le negó lo que era suyo cuando bebé.

Interpretaciones como la anterior tal vez no serían tomadas tan en serio porque no tienen el respaldo de un interpretador histórico, lo que no impide que a partir de este momento sean tomadas en consideración por su "semejanza" a las teorías de un intepretador histórico. Aquí de nuevo se valida una opinión actual por el sustento teórico que pueda contener, aunque sea distinta al original.

Pero qué tal que digo que portar un arma signfica una enorme capacidad de amar, y hago un análisis de las historias épicas en las que el héroe mataba sin cesar, tanto como amaba sin límites. Un recuento de las películas de charros mexicanos en los que los hombres se mataban por el amor de una mujer. El que mata por amor a la patria, a una causa, a si mismo. Portar un arma significa amor en potencia. Acabar una vida con ella es la máxima prueba del amor.

A ésta intepretación tal vez se le puedan encontrar vicios culturales y patologías según otros intepretadores, pero, haciendo un análisis en el que -como en todos- se aislan ciertas variables, podría resultar bastante real. Interpretar requiere tan sólo un poco de imaginación y mucha paranoia. Interpretar brillantemente requiere lo mismo, más conocimientos profundos de las interpretaciones de otros.

Al interpretar, uno se da cuenta de lo lúdico que resultan las definiciones establecidas y las interpretaciones "válidas". La libertad consiste en intepretar al propio gusto. Pretender interpretaciones "correctas" de las situaciones, palabras o sucesos, es tan ilógico como pretender que existe la realidad.