2348164
El papel de número es, definitivamente, el menos apropiado para mí. Entré a telnor para contratar una línea telefónica, con un papelito en la mano que contenía mi número de solicitud. Con pasos cortos y asombrada ante la cantidad de personas que es capaz de albergar esa oficina, me acerqué al escritorio a preguntar por el procedimiento.
--Anótese ahí y espere a que la llamen.
Y creo que tomé la instrucción literalmente, ya qué, después de anotarme, me quedé parada junto a la mesita, esperando. Seguramente creí que un número no debe moverse. Probablemente llevaba unos ocho minutos de inmovilidad y absorción total en mis pensamientos, cuando una señora me regresó al mundo humano gritándome:
--Ay! jajajajaja, yo creí que usté era un maniquí de esos que ponen --y se alejó con la mano en en el pecho y una risa nerviosa.
No pensé una mejor idea que la de moverme, y caminé rumbo a una computadora (atracción natural), para conectarme a internet. La sala estaba cada vez más llena y el murmullo de números crecía. Pero esa computadora se me negaba, me pedía claves, números desconocidos.
--Señorita, señorita! esa computadora es para uso interno, si gusta usar el internet puede pasar a la sala del fondo.
De nuevo, la mejor idea fue moverme de ahí. Caminé entre los cuerpos con la mirada fija en las computadoras. Hice mis cálculos. Comprendí que no escucharía el llamado desde allá y, cómo buen número, decidí sentarme. Tan pronto lo hice, una voz me sentenció:
--Oiga, en ese asiento está mi esposo, no tarda.
Observé mis brazos, mis pies. Revisé el piso. Tal vez alguien notó que derramé unas cuantas letras al caminar, entre el mundo de números. Me instalé frente a los escritorios de quienes me llamarían, y observé la barrera "profesional"que establecían con los clientes. Atendían a la solicitud #2376234, la #2465876, la #2298765 interminablemente. Sus ojos se quedaban fijos en las pantallas, fijos en los documentos.
--Mayra Luna!
Y mi buenas tardes fue respondido con:
--Trae su número de solicitud?
--Sí, 2348164.
Quise ensayar de nuevo mi postura. Tal vez me encorvaría un poco cómo el 3. O cruzaría la pierna como el 4. Pero no pude, y busqué los ojos de la mujer que me atendía, alguna pista humana en su trato. Ella continuaba tecleando sin parar, cuando una compañera suya pasó a su lado y le dijo que iniciaría la dieta. La mujer estiró los labios en lo que pareció ser una sonrisa. Aproveché para iniciar una conversación con el tema más trillado del día: la rosca de reyes. Ella permaneció con la boca amplia y me habló de sus posadas, y los kilos de más, mientras apretaba los ojos y soltaba el cuerpo. No hubo nadie que me molestara mientras disfrutaba de escuchar a esa persona intercambiar lo que hubieran sido palabras numéricas, por letras.