viernes, enero 3

VIDA DE INICIOS
El aterrizaje me puso eufórica. Y no por temor a un accidente, si no por la sensación adictiva de un inicio. Bajé del avión a toda prisa; el viento tibio marcó la primera diferencia con mi ciudad de origen: Tijuana. Estaba en el aeropuerto de Morelia, por primera vez. Y es que por encima de lo bello que, según me anunciaron, es la ciudad; por encima del hecho de que llegaba a vacacionar, por encima de todo, algo iniciaba. Observé detenidamente la sala en la que recogería mi equipaje; y el no haberla visto nunca fue lo que más me agradó; salir del lugar y observar ese paisaje, que si bien no tenía nada espectacular, se mostraba ante mí por por primera vez. El recorrido en el auto por entre las rancherías para llegar a la ciudad; el sol que apenas iba despertando sobre los sembradíos.
Y los días se sucedieron en inicios de paisajes y personas; hasta que el veneno de la memoria hizo su efecto. Ahora, ya recordaba los caminos y los lugares clave para orientarme. El viento en mi rostro se fue haciendo familiar, pues era semejante al que recordaba haber sentido el día anterior. Las personas usaban el tono de voz que esperaba de ellas, sus gestos y ademanes; y pronto todo careció de inicios. La memoria encontró la manera de instalar rutinas, familiaridad. Necesitaba huir, lanzarme en busca de otra ciudad, de un camino no recorrido antes por la memoria. Crucé incontables pueblos para llegar a otras ciudades, y cada uno significaba un inicio que pronto, se me fue de las manos: encontré un patrón. Noté ciertas características comunes entre ellos: la calle principal, el centro de la ciudad, la colocación y estructura de sus construcciones, la actitud en los rostros de sus habitantes; ahora cada pueblo me recordaba otro, y visitarlos se convirtió en repetición constante, en una nueva rutina con mínimas diferencias.

Soy adicta a los inicios. Podría viajar indefinidamente, desarrollar una manera de ver el mundo desde todas las perspectivas, lo que fuera con tal de alimentarme glotonamente de inicios. Soy producto de una programación, lo sé. Desde pequeña aprendí que los incios son grandes ocasiones: los primeros pasos, el primer día en la escuela, el primer beso, el primer... todo. Pareciera que el segundo y el tercero y el cuarto no contaran. Y no cuentan, precisamente, porque el recuerdo anterior hace comparaciones y juicios. La tecnología moderna debería --en vez de repetir seres humanos rutinarios (clonación)-- desarrollar un método para extirpar la memoria de los existentes (dejarla únicamente como atributo deseable en las computadoras). Así podríamos disfrutar de una vida conformada, exclusivamente, de inicios.