martes, enero 21

VENGANZA
Esto es lo que él quería: un silencio inquebrantable, una masa densa de aire que no fuese traspasada por las impertinencias de la compañía: sólo él y la palabra escrita, para siempre. Ahora lo tiene, y observa sombras que intentan amedrentar su intento por asirse al mundo que le pertenece.
Su mayor anhelo es alejarse de los ruidosos pasos a seguir, los cuales se regodean cuando sus huellas viejas son recorridas de nuevo, con el mismo, cansado ritmo. Nadie los ha visto, pues se esconden en el lenguaje, están en la mente de los hombres en forma de palabras, y se repiten de generación en generación. De eso ha huido, de la palabra hablada. Desde pequeño fue causa de terror, de cien noches de sudor en la cama infantil. Los pasos a seguir (o las palabras), se las repetían desde lejos, desde las miles de voces de antaño que reencarnan en la lengua de las aún vivas. Y en busca de venganza salió esa tarde, consumiendo pensamientos para inundarse de palabras que nunca diría, pues sabe que solamente es dueño de lo que no dice, de lo demás, es esclavo.
La pasta de dientes que compró antes de llegar a su nueva guarida le pareció absurda, pues la utilizaría para lavar el artefacto reproductor de palabras, para mantenerlo en buen estado, y ahora lo único que deseaba era darle el menor uso posible. Ahora sus palabras pasarían directamente de la mente a la letra, para observarlas con cuidado, pues el sonido es rápido y desaparece, sin permitirle tomar a las desgraciadas y hacerlas pagar por todo lo que han hecho; sin embargo, las palabras escritas se quedan ahí, expuestas, temblando de miedo ante la posibilidad de ser sustituidas, reescritas, violadas, eliminadas. Se paran desnudas y vulnerables ante su creador. Por eso decidió dedicar su vida a torturar palabras, así, una a una, pagarían la cuenta pendiente que tienen con él. Así como una vez fue impotente ante ellas y las escuchó desde un rincón del clóset con las manos temblorosas, así las colocaría en la hoja, una a una, observándolas con mirada amenazante, sin hacerles saber si permanecerán enteras o mutiladas, temporalmente o para siempre; disfrutando del exquisito placer de su agonía.