martes, enero 14

ARTESANÍAS EN PELIGRO DE EXTINCION
No estuve totalmente deacuerdo en dedicar un día de ese viaje a ir a Guadalajara, pues presentía que no era un paseo para disfrutar. Estaba en lo cierto. Llevábamos una hora de camino cuando la plática se encaminó a las verdaderas intenciones: las compras. Iríamos antes que nada a Tonalá; esa especie de tianguis de artesanías que atrae al turismo por sus supuestos precios bajos. Ellas cacaraqueaban como gallinas de las maravillas que seguramente encontrarían en ese lugar, yo sonreía y las escuchaba. Me preguntaron:
--Oye Mayra, y tú que vas a comprar.
--Nada, no tengo ganas de comprar.
Observé su confusión ante mi respuesta, no supieron si reir o enfadarse; y optaron por soltar una risita corta e indecisa. Reí a carcajadas para mis adentros, y añadí.
--No me hace falta ningún adorno en mi casa.

Me gustan las cosas únicas: ese jarroncito escondido al fondo de la tienda que parece haber sido enviado hace tiempo, desde Africa. La canasta tejida a mano, con la peculiaridad que le dan los errores en el tejido. Hace tiempo creí que encontraría eso en Tonalá: verdadera artesanía mexicana, piezas únicas. Sin embargo, la globalización ha influenciado a los artesanos. El éxito de la producción en masa los ha hecho repensar su producción. Reaccionan a las modas, a los gustos del consumidor. Están en su derecho, necesitan vender y así lo logran. Desgraciadamente, el resultado de todo ésto es la repetición. Al igual que en los callejones de Los Angeles, uno camina por los interminables puesto de Tonalá para ver, una y otra vez, los mismos artículos, los mismos precios, lo mismo. Lo que podría parecer bello, termina por cansar la vista.
Caminé cerca de cinco horas por el lugar, observando cómo el par de mujeres que me acompañaban adquirían maceteros, vasos, candeleros, todo tipo de cosas de las que abundaban por ahí. Creo que la mercadotecnia funcionó, pero yo no hubiera encontrado una pieza lo suficientemente singular para atraer mi atención, si no observo con cuidado un tendido, en el que un hombre ofrecía unos collares de piedras negras y cafés.
--De qué son?
--Son semillas de guaje. Mire, son esos árboles que están allí. Alcanza a ver la vainas? pues de ahí son las semillas.
El collar adquirió significado en mi mano, y elegí uno de estructura triangular; el único que encontré sobre la manta extendida sin pretenciones sobre la banqueta.