LA OTRA TIJUANA
Esta tarde, mientras recordaba una plática, intenté encontrar un color para cada avenida por la que transité. Y es que siempre es interesante mirar lo mismo con otros ojos, aunque con frecuencia resulte imposible. Sin embargo, tal mirada nos la ofrecen quienes vienen de fuera y se enfrentan ante la realidad que creemos inamovible. Ellos llegan y transforman nuestra visión con sus opiniones, costumbres y maneras de vivir. Esta fusión de visiones es refrescante y nos ofrece un panorama cambiante que de otro modo resultaría insoportable. Es la curiosidad del pueblerino por el forastero, elevada a la décima potencia, lo que mantiene el dinamismo en esta ciudad. La inserción en nuestra mente de esos mundos desconocidos que llegan a nosotros a través de las voces de quienes los habitaron alguna vez, nos obliga a hacer comparaciones con nuestro ambiente, y el comparar invita a analizar, y esto a su vez a re-conocer lo que hemos dado por conocido.
Es obvio que la convivencia con quienes, al igual que nosotros, han tenido como cuna esta ciudad, produzca una mayor identificación que va desde el uso del lenguaje hasta las memorias de la infancia; sin embargo, el enriquecimiento se da en lo distinto, y esto lo aportan con creces quienes provienen de otros sitios, se expresan de otra manera y cuentan con otras memorias.
Hace un par de días, estaba con una amiga que tiene poco tiempo de vivir en Tijuana; yo intentaba darle direcciones para que pudiera llegar sin problemas de mi casa a la suya, cuando me dijo, refiriéndose al boulevard Agua Caliente:
–¿Y subiendo por ahí llego al boulevard rojo?
Tuve sospechas de por qué llamaba así a ese boulevard, pero no quise preguntarle. Colores para las calles: ella observa una ciudad caleidoscópica en la que es posible orientarse por el color, diluyendo así la leyenda negra a través de su mirada, de las miles de miradas que llegan cada segundo a Tijuana, transformándola ante nosotros con sus voces, sus manos y el fluir dinámico de sus diferencias.