viernes, enero 3

CIERTO MOMENTO

Sintió que reventaba. Llevaba casi cuatro meses queriéndolo decir, pero la temperatura era siempre inadecuada, los colores de la casa muy pálidos, o su voz demasiado ronca. Caminó veintisiete pasos desde la recámara hasta el comedor, y lo encontró de nuevo muy frío.
Ella armaba una maqueta para la presentación de su proyecto y, con su esmero en el acto, repelía toda acusación o reclamo. Este no era el momento. Caminó doce pasos hacia ella, y observó la luz de la lámpara batirse a muerte con la luz solar, sin lograr el triunfo . Y se sintió esa luz pusilánime y anacrónica, que quiere mostrar el poder que sólo de noche se le otorga.
Por eso tomó las llaves del auto y salió a las tres de la tarde, justo antes de comer. Sintió como sus pulmones se expandían ante la incapacidad de hablar, ante los labios inservibles de siempre. Y, sin rumbo alguno, estacionó el auto frente a una mueblería y tomó un camino cualquiera.
Observó sus pasos, uno a uno. Marcaban huellas absurdas en el polvo adusto. Alguna vez escuchó que esas huellas formaban el mapa de su vida; no lo creía así. Para él, los mapas son elaborados para encontrar algo, y su vida era un constante no encontrar, una búsqueda de nada. Decenas de personas cruzaban su camino, le seguían, le esquivaban. Pensó que seguramente ellas habían encontrado el momento, el sabor en la boca, la textura adecuada del aire entre los dedos; y ahora se dirigían sin remordimientos hacia ese lugar, hacia cierto destino.
Entró a la tienda sin conocer la razón, y observó con detenimiento una cama individual, con cabecera de herraje y colchón multicolor. Llamó su atención de forma inusitada. Se quedó mirándola sin pensar en el tiempo, ni en la razón. Probó el aire entre sus dedos: estaba casi listo. El vendedor lo ayudó a subirla al techo de su auto y, con una sonrisa lenta, casi desesperante, murmuró cuatro palabras desarticuladas. El asintió, pero no por cortesía, si no porque esas palabras habían sido dichas en la hora correcta. Paseó un buen rato su colchón. Deseaba que conociera la ciudad, que se sintiera parte del todo. Y comenzó a alejarse entre más cerca estaba de su casa. Se alejó tanto que se preguntó por la causa del sufrimiento cuando se logra una lejanía semejante.
Tocó el timbre.
Ella abrió sin mirarle a los ojos, y se retiró con rapidez.
Entró.Repentinamente el color de las paredes se acopló a sus palabras, el aire adquirió la consistencia perfecta y el respaldo del sillón, siempre áspero, se mostró condescendiente a la palma de su mano. La invitó a salir a la cochera, a mirar su auto. Ella lo observó sin asombro. Le dijo:
–Me da gusto. Estudié tu mapa, Joaquín, y no lleva a ningún lado. Pero los pasos que diste este día, no aparecen ahí.
Y un gracias resbaló a perfecta velocidad de su garganta a su boca, con cadencia, tocando el viento fuera de su cuerpo con un sonido suave y resuelto. Con el exacto timbre de su voz.