viernes, septiembre 26

PROCESOS

Ya encontré bases teóricas para sustentar que soy una persona nocturna. Incluso puedo probarlo con las fluctuaciones de mi temperatura corporal a lo largo del día. No sé para qué pueda servir eso, pues el mundo está organizado en su mayoría para las personas diurnas, y uno, que recibe su máxima lucidez a partir de las once de la noche, tiene que desperdiciarla porque al siguiente día hay que levantarse a las seis.

Tengo problemas con los veranos, los veranos son el día de mi año. En los veranos tengo miedo, en los veranos el mundo se vuelve vulnerable: todo puede pasar. Estoy segura que el día que un asteroide choque con la tierra será durante Julio o Agosto. En verano el ambiente se sofoca, se puede respirar tanta humedad que uno creería que se ha convertido en anfibio. El verano debilita, abruma. Incluso, como sucede durante el día, el sol se ensaña en beber energías del cuerpo humano. En verano se nutre de nosotros, en invierno nos nutrimos de él. El problema es cuando la nutrición se desequilibra, entonces vienen los desajustes emocionales en las personas, y los climatológicos en el mundo. Esto sucede generalmente cada siete años.

Cómo en cualquier relación, el dar nos agota, nos irrita, nos roba las fuerzas. El verano es dar. El día es actividad, moverse, pretender que uno es feliz dando a la sociedad trabajo, consumo, actividad. Verano y día son invenciones morales.

Ahora que se acaba septiembre, comenzamos a recibir poco a poco, lo que dimos durante el verano. Comienza a dosis, casi a un equilibrio entre el dar y el recibir. La transición es perfecta.

El invierno es la noche de mi año. En invierno me gusta vivir. Sentir el viento helado paralizar mi rostro. Degustar la noche a la cuatro de la tarde y despertarme aun de noche.

En invierno necesitamos calor. Lo obtenemos del sol, primordialmente, pero se busca hasta en la electricidad de un pensamiento, en las velas, en los labios, entre las paredes. En invierno el mejor lugar es dentro de la casa. En invierno se vive mejor. Si no fuera por la navidad, el invierno sería perfecto.

Me da gusto reconocer el frío. Revivir. Sentir que, después de varios meses de insoportable día, al fin se acerca de nuevo la noche helada. Un sistema de sombras la oculta, pero mis manos ya se resecan ante la promesa de su llegada.