jueves, diciembre 18

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¡Ah, la frescura en el rostro de no cumplir un deber!
¡Faltar es positivamente estar en el campo!
¡Que refugio no poder tenerse confianza!
Respiro mejor ahora que pasaron las horas de los encuentros.
Falté a todos, con una deliberación de dejadez,
quedé esperando la voluntad de ir hacia allá, que yo sabía que no vendría.
Soy libre, contra la sociedad organizada y vestida.
Estoy desnudo, y me sumerjo en el agua de mi imaginación.
Es tarde para estar en cualquiera de los dos puntos donde estaría a la misma hora,
deliberadamente a la misma hora…
Está bien, me quedaré aquí soñando versos y sonriendo en itálicas.
¡Es tan divertida esta parte asistente de mi vida!
Y no logro encender el siguiente cigarro… Si es un gesto,
que se quede con los demás, que me esperan, en el desencuentro que es la vida.

-Fernando Pessoa (Alvaro de Campos)




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Estefanía me dijo que, a partir de aquí, no hay camino hacia delante; que está cansada de repetirse, que tu voz la agobia, que si pudiera se escapaba en el espacio vacío que hay entre sus cuerpos, que si pudiera se escapaba, no contigo, sino de ti.

Ya no sabe donde meterse, es tan frágil. A veces la veo escondida entre los dientes de una mujer. Le gusta estar ahí, ver cómo su sonrisa le ilumina el rostro bajo sus ojos impenetrables. Le da miedo saber que los únicos ojos que le atraen son esos en los que no puede entrar. Los que la reflejan, los que no la tienen dentro.

Tienes que hacer algo por ella. De pronto me habla sin parar de autores de novelas que no conozco, de pronto alucina lo que nunca sucederá. Ella no es para ti, y tú bien lo sabes; pero te gusta, y por eso armaste ayer el escenario de cartón en el patio de atrás: ese que a ella tanto le gusta.

Mi madre me pidió que te dijera que la dejaras ir. Que ya no le pidas lo que cada vez se cansa más de darte. Mi madre sabe mucho cuando no le dicen nada.

Yo no te diré nada. Yo sólo quiero vomitar sobre ti porque me haces sentir la encerrada que soy. No puedo verte, ni quiero verte, pero odio no poder hacerlo. Odio todo lo que lleva tu nombre. No sé cómo alguien, alguna vez te pudo amar. No sé cómo Estefanía no se da cuenta de tu mediocridad y te manda al diablo. Nadie se da cuenta lo poco que vales. Te amo.

La espada y la pared son ambas una amenaza muy leve como para detenerme. Tu silencio es cada día más una causa para rechazarte. Odio tu silencio tanto como ella lo ama. Odio el verde de las palabras que no dices y el rojo de las mentiras que salen de ti como vómito en la madrugada. Hay ocasiones en que desearía no parar de escribir para no volver a verte, porque cuando escribo el tiempo es más lento; porque cuando escribo no estás tú.

Hay algo en éstas palabras que me dan el sabor de la amargura a la que regreso cuando te huelo, cuando sé que eres una construcción de deseos que detesto. Estefanía no te dejará, lo sé. Y su suerte correrá como un río blanquecino que la preñará de angustia permanente. Probablemente, pese a lo que dice, abandonará todo por ti; y yo miraré como la rechazas mientras contemplas su belleza, mientras te regocijas en saber que es estéticamente tuya, por un tiempo. Les serviré el café esperando a que mueran poco a poco con el veneno que mezclo con el azúcar. Pero Estefanía no toma azúcar: no hay problema, la amargura que vivirá junto a ti la llevará a buscar algo dulce sobre su lengua.

Sabrán que fui yo, porque le diré a mi madre lo que hice. Ella callará, porque sabe cuanto te amo y sabe también que es mejor si te mueres, si te llevas en el maldito cuerpo todo lo que tienes de mí. Mi madre es sabia.



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“Mis versos son mi impotencia.
Lo que no logro, lo escribo;
y los ritmos diversos que hago alivian mi cobardía”

-Fernando Pessoa (Alvaro de Campos)