martes, diciembre 16

Disculpa ¿te engendré?


De paseo por el no tan frecuentado patio trasero de mi casa, observo a mis perros caminar hacia mí; los saludo:

–Hola niños ¿Cómo están? Soy su madre ¿Se acuerdan de mí?

Por eso no tengo hijos.





NAVICULA

Hace días habita en mi casa un árbol “de navidad”.
(de navidad es un decir porque hasta hoy no tiene adornos)
Me siento mal por tener un árbol de navidad en mi sala.
No quisiera tener un árbol de navidad.
Las festividades navideñas me parecen ridículas.
Es estúpido (pero redituable) designar una temporada especial para consumir.
La idea original de la navidad no era consumir.
Era celebrar un nacimiento.
Nacer es la primera cualidad de un consumidor.
Nacer te hace ciudadano.
Ser ciudadano te hace acreedor a una identificación.
La identificación te permite obtener una tarjeta de crédito.
Nacer es un acto indispensable para el consumo.
Por eso en Noruega otorgan subsidios a quien tenga hijos.
Necesitan consumidores.

Rechazar la navidad me hace diferente.
La mayoría no la rechaza.
También hay quienes lo hacen.
Rechazar es fácil.
Evitar es fácil.
Decir no.
Quedar como un desierto a base de negar.
¿Es mejor un bosque a un desierto?
En el bosque existe vida en abundancia.
Pero su suelo es húmedo.
Un desierto nunca podría ser bosque.
La arena.

Observé la navidad desde la vitrina, sin hambre.
La no hambre de un enfermo de cáncer.

Mañana comeré.

El regalo que con hambre de hambre,
descubro ante mis ojos,
me da el mismo placer que un orgasmo fingido.

La navidad es sexo seguro, pagado
y obligatorio.







DERECHOS LINGUISTICOS

Me gustaría existir en un mundo de igualdad entre los vocablos, en el que vivir tuviera la misma relevancia que cualquier otro verbo en infinitivo.






QUE TIPO DE CAMBIO

Es toda una curiosidad para quienes no residen en la frontera, el hecho de que en nuestras carteras se puedan encontrar indistintamente dólares y pesos. Quienes lo han vivido y mudan a otro lugar, lo extrañan. Quienes llegan a la región tienen que “acostumbrarse”; y aquellos que no lo han experimentado tratan de imaginarlo románticamente. Pero quienes vivimos aquí, sabemos que no es nada del otro mundo, que incluso llega a perjudicar nuestra economía cuando traemos solamente dólares y tenemos que pagar algo en la ciudad, pues el tipo de cambio no siempre es favorecedor.

Hace años, y no muchos, los Tijuanenses casi no conocían su propia moneda, pues todo se manejaba en dólares. Con la devaluación de 1984, ésta costumbre fue mermando poco a poco; sin embargo, aún tenemos algunas reminiscencias (negativas) como lo son el cobro de las rentas de inmuebles en dólares, los honorarios de médicos, mecánicos y la venta de autos entre otros. El peso es ya la moneda que circula mayormente en la región, pero los dólares siguen siendo bienvenidos. No sucede lo mismo al otro lado de la frontera.

Son contadísimos los establecimientos que en San Diego (y léase San Ysidro), reciben nuestra moneda, y si lo hacen, el tipo de cambio que manejan es ridículo. Los demás optan por rechazar totalmente el peso mexicano. Pareciera que los vecinos de los norteamericanos somos nosotros, pero ellos no son vecinos de nadie. Lo mexicano tiene valor allá solamente si se transforma; si, como los cantantes, hace el crossover; si, como los tacos, se baña de queso amarillo; si, como los mexicanos, se hace pocho.

Es ridículo, mientras te mueres de hambre, darle un billete de cien pesos a la cajera de la franquicia de hamburguesas que está a unos metros de la línea internacional, y que te lo rechace. Allá no te reconocen si no aspiras a ser como ellos, si no te traduces; pero puedes cruzar la garita y, con el mismo billete de cien pesos, comprar tu hamburguesa en la misma franquicia: así ya no importa, estás en tu corral tercermundista y tu dinero será lavado, desinfectado y coloreado de verde para ingresar al país de los sueños. Pero ni quejarse, pues como dice Chente: mientras el público tercermundista continúe aplaudiendo, Estados Unidos nos seguirá cantando.