AZUL
El azul está en todas partes. Por ejemplo, siempre ha estado en la definición de “mi color favorito” en el lenguaje de quienes han sido mi pareja. El azul es muy común, tanto que lo que llamamos cielo está impregando por él. El cielo no es azul. Nada es azul.
No me gusta que el azul esté en mi casa. Si alguien la revisa no encontrará huella alguna de su presencia. Elijo con cuidado cada artefacto con el único requisito de que no sea azul. El azul me gusta; entre más frío, mejor. Aunque no sé a quién se le ocurrió que un color pueda tener temperatura.
Este color siempre ha estado lejos de mí. Es el color del otro. El color de lo ajeno. Me gusta vestir de azul, pero solamente de la cintura para abajo. Me gusta lo azul lejos de mi casa y lejos de mi corazón (el órgano, no el lugar común con el que se pretende amar).
La casa en la que crecí es azul.
Todo lo incoloro se transforma en azul: el aire, el mar, algunos ojos. El azul se hace oscuro en los uniformes de los militares y claro en la ropa de los niños.
Hay quienes piensan que el azul es masculino, que un color puede tener género.
Mi primer carro era azul. Yo me enamoré a primera vista de ese carro. Suelo enamorarme de los carros, de las libélulas y de los aromas. Pero nunca me he enamorado de un aroma azul.
Una mezcla de varios pensamientos es azul, como nuestro planeta desde el espacio. Hay un canal de la NASA en el que pasan todo el día documentales de ciencia y, por la noche, cuando la gente se duerme, la vigilan: transmiten una imagen constante via satélite del planeta durante ocho horas aproximadamente, y la mayoría de la visión es azul. Tengo una foto de esta imagen en mi librero, es la foto de mí que más me gusta por la lejanía.
Hoy incendiaré artículos azules como un holocausto a este maravilloso cielo negro que, eliminando el eufemismo del nombre de su color, se ha atrevido a confesarnos hace unas semanas que el sol, en realidad, es rojo.