PRIMERA MUERTE
La luna próxima, la doble, la que se encuentra en el centro, ha penetrado mis pies.
Incluso los comejenes la han reconocido.
Repta flujo arriba hacia mis tobillos, intersectando las comisuras blandas detrás de las rodillas, el calor.
La luna no soy yo (acaso es necesario decirlo). Yo no soy nadie, pues nadie me ha visto realmente. La barrera de la piel es difícil de romper y, sin embargo, he dejado de usar aretes.
(También uñas)
Uno dos tres segundos y en mi esófago se acomoda, iniciándose en los conocimientos de la infecundidad ¿habrá algo más pobre que una garganta seca?
La luna se expande en mi tórax, pidiendo de mí un sentimiento para no reventarlo. Hace días que carezco de sentimientos. Se han ido con la gripa. Mi cuerpo adolorido extrajo sangre nueva para renacer. No puedo sentir en el proceso.
Un chasquido de la ventana del vecino viene hacia mi vientre. Se detiene.
Ha llegado la hora de que la luna reviente. La imagen de la pelota de volibol de la secudaria es la mejor. Esperaré la muerte con esa imagen. No tengo miedo. Hoy no siento.
Explota y estoy muerta. Y los muertos se acercan curiosos a ver a la reventada por la luna; a la muerta desde el centro. Son bellos los muertos, sus dientes parecen las caderas de un ratón y su olor se asemeja al de los baños públicos.
Mientras camino, fragmentos de luna se deprenden de mi cuerpo destrozado; ellos lo ingieren, yo lo pruebo, como probaría la confianza de un amigo. Toco una mano apenas cubierta de trozos de piel. Me enamoro.
Y la luna muerta entra de nuevo por los orificios violáceos de mis pies.
También soy yo.