CIBERDOÑA TRIPS
Me puse cursi ante una papaya. Cansada de consumir plátanos descongelados, tomates leprosos y cebollas bicéfalas de los caligigacomerleys, hice caso a los consejos de mi padre y me adentré en el legendario Mercado Hidalgo. Me recibió un altar de muertos y música de Javier Solís. Sin tener la menor idea a dónde dirigirme, caminé por un pasillo: charolas llenas de frutas y semillas.
-Pero ¿que ser esto? -pregunté sintiéndome tristemente extranjera.
-Semilla de linaza, seño. Es buena para el estómago y los intestinos ¿cuánto le damos?
Algo en la voz de ese muchacho. Algo que compartían todas las personas tras sus mostradores, espantando con desenfado las moscas de los camotes, chilacayotas y similares. Tranquilidad. Esa tranquilidad que solamente se ve en quienes habitan en los pueblos ¿Cómo era posible eso? Estaban sentadas entre la zona del río y el centro de la ciudad. Ruido, smog, una línea de 220 carros y ¿tranquilidad?
Continué la investigación.
-Oh! ¿a poco ser eso una viznaga, de las que traer las roscas de reyes?
De nuevo mi ignorancia a flor de piel. Ok, nací en Tijuana, pero eso no me da derecho a desconocer. Pensé seriamente en tomar algun curso.
Uno de los puestos, en una esquina, giró en aromas y colores y entró simultaneamente en mis cinco sentidos. Acaricié un limón. Naranjas, nectarinas, ciruelas, my god! (nótese lo paradójico del asunto; mi alimentación básica consiste en un vaso de leche descremada, una taza de crema agria y media bolsa de doritos nachos) Entoces la ví: anaranjadita, redondita, apachurrable (ejem, ejem, que he perdío la idea, coño!) la papaya más perfecta que he visto en mi vida. La tomé en mis brazos y, viendo que nos veían, la coloqué con cuidado en mi canasta. Al acercarme a pagar, una muchacha desconcertantemente (fiú) amable, me ofreció un trozo de queso chihuahua. Quesoooooooooooo, queso de verdad, de vaca que come pasto. Chin, y yo que pensé que esas barras blancas con sabor a cera de los caligigacomerleys eran queso (ya su nombre lo dice: Monterrey Yuck )
Pagué por todo menos de lo que un inolvidable día lo hice por una bolsa de 9 naranjas genéticamente alteradas en el Ralphs (nunca he vuelto a comprar frutas hollywoodenses).
Lástima que el queso no alcanzó a llegar a mi refrigerador (ji,jiji). Ya en la privacidad de mi hogar, carente de ojos inquisidores, desenvolví lentamente a la papaya y, la abracé.
(Sí, nada más la abracé ok, cochinos!)