martes, noviembre 26

CRISIS DE CERTEZASViajaba por el boulevard a las seis de la tarde (noche, perdón). Una densa niebla flotaba sobre la hilera de autos que invariablemente se acumulan a esa hora. Encendí un cigarro. No sé, en ocasiones estoy más sensible a la nicotina, y ésta fue una de ellas. Inicié mi actividad cerebral. Continuando mi teoría de que todo es ficción, observé los colores falsos en las ropas de los que se dicen humanos. Sus movimientos aparentes, su aparente vida. Sin embargo, la niebla aumentaba mi creencia en una ciudad que solo existe en la imaginación de quien la quiere ver. Mi auto caminaba porque fuí programada para desear su movimiento, así como para desear la inmovilidad de otros cuerpos, como la carretera. Y supe que todo lo que pensaba era producto de algun conocimiento previo y, por lo tanto, repetía otra existencia. Todo era un gran teatro donde todos actuaban sus papeles asignados con anterioridad, y así en todos los pasados anteriores y en los próximos futuros; todo en un tiempo que tambien es creado, irreal. Y estando en un escenario totalmente falso, en el que, hasta mis sentir y mi pensar eran una mera aproximación a lo que es, creí que no hay tal cosa. Nada es. En ese momento, justo antes de llegar a la agencia de viajes a donde iba, me hundí, por unos segundos en el vacío de las certezas. No encontré nada real de donde asirme. Pensé en la matemática de Descartes y me resultó insuficiente. No había nada. Llegué a la agencia de viajes y observé a la mujer de ojos pequeños y cara extrañamente amplia, mover sus labios intentando emular sonidos de un lenguaje que aprendió de pequeña, y que su madre y su abuela aprendieron tambien. Padecí anacroasia por unos momentos. Me dió un par de árboles procesados y transformados en cartónes blancos que yo utilizaré en un mes para abordar un aparato que me transportará a otro lugar. Lo hará físicamente, creo yo, pues ya he estado ahi varias veces bajo otro tipo de forma. La mujer extendió su mano y creí comprender sus sonidos. Tomé su mano y la sentí. Descendí poco a poco a la realidad aceptada. Utilicé mis pies para transportarme de nuevo a mi auto. Un olor a cigarro me dijo que ya había estado ahí. Me obligué a creer en el mundo, y en las cosas, y en el tiempo. Pero uno no puede obligarse a creer. Al fin y al cabo, creer es un verbo en infinitivo creado por alguna mente ¿cómo me va a dar tranquilidad el aceptar un vocablo como certeza en mi vida?