CONVERSACIONES CON UNA CUCARACHA
Su nombre no es Gregorio Samsa, se llama Nicoletta. La encontré hace cuatro dias resguardando la llave del lavadero de mi casa. Mi primera reacción fue la del prejuicio: Oh, oh, es una asquerosa cucaracha, grita y aléjate; pero, como a todo lo repugnante, prohibido o terrible, uno le encuentra cualidades una vez que se acerca un poco, una vez que se da cuenta de que los adjetivos anteriores son utilizados solamente para mantener en aislamiento a algo que es bastante especial.
La llave estaba goteando y yo necesitaba apretarla, pero esa cucaracha de cuatro centímetros me lo impedía. No sé que me pasó, generalmente, y a pesar de la repulsión que me causan, las persigo hasta matarlas con el zapato, escuchando como crujen. Las cucarachas me repugnan, pero no me gusta tener posturas afeminadas frente a ellas. De hecho odio esas posturas, que no son más que la representación de las caricaturas de Tom y Jerry. Hace un mes, mientras estaba en mi maestría escuchando con atención a una compañera, una araña pasó moviendo sus largas piernas al ritmo de Shalom Harlow; inmediatamente mis compañeras saltaron y pegaron esos lastimosos gritos que tanto odio; para que se dieran cuenta de su exageración, tomé a la atrevida araña por una de sus patas y, con todo el deleite del universo, la aplasté con la mano: tal vez eso les enseñe a ser femeninas en vez de afeminadas.
Pero continuemos con Nicoletta que, para entonces, aun no se llamaba así. El segundo día ya la pude identificar. Noté su espalda larga y su cabeza afilada, también me di cuenta de que permanecía en la misma postura, impidiéndome de nuevo cerrar bien la llave. Aun así no la perseguí.
Anteayer fuí al lavadero con toda la intención de encontrarla. Allí estaba.
-Sabes -le dije- no me molesta que estés ahí, pero necesito cerrar la llave.
Nicoletta no se movió (aun no se llamaba así), tan sólo dio unos pasos al sentir la vibración de mi voz.
Durante el día estuve pensando en esa cucaracha. En su conducta inusual de regresar todas las noches a ese mismo lugar, cómo lo hacen todos los humanos ¿Quién le enseñaría tan absurda práctica?
-Mira! anda una cucaracha gigante en el cuarto de lavar.
-No la mates, es mi amiga. Es Nicoletta!
Hace un par de días, mientras conversaba con unas amigas escuché ese nombre. No recuerdo bien a quién se referían cuando lo mencionaron, pero a esta cucaracha le quedó muy bien. Diría yo que nació para llamarse así.
Cuando fuí al cuarto de lavar, ví a una cucaracha corriendo en el piso.
-Esa no es Nicoletta, ella es más alta y delgada. A esta hay que matarla.
Levanté mi pie y crack! la mandé directo a la reencarnación. Pero Nicoletta, desde arriba de la lavadora, me observaba. Movía sus antenas sin comprender, y caminó a la orilla para observar el cadáver.
Al fin solas Nicoletta y yo, me acerqué a ella como nunca lo había hecho con ninguna cucaracha. Observé que era bella y de trazos perfectos, y también que había mucho dolor en su estructura y, mientras cerraba la llave, le dije a Nicoletta que no se asustara frente a mi asesinato, que yo, al igual que ella, simplemente estaba imitando la conducta de los humanos.