jueves, octubre 2

WANTED


-¿Ahora qué hago papi Estado?

-Ahora es día de disfrutar.

-Pero si es lo que hago toda la semana ¿Lo puedo seguir haciendo hoy?

-No, hoy no. Hoy es domingo.


Domingo . Por eso se está ahí sentado, soportando. Por eso las horas extras y el uniforme azul. Por eso la carrera, para poder vivir y esperar un domingo mejor.

-Me gusta diseño gráfico -dice el bailarín de ballet clásico de dieciocho años -pero estoy estudiando una carrera técnica de contabilidad para sacar dinero.

No miente, el muchacho necesita dinero. Su madre tiene cáncer en los huesos.

Tema común el renegar contra la propia profesión, contra lo que aparentemente te eligió antes que tú lo hicieras. Nada de especial decir que trabajar en lo que se prefiere es muy distinto. Sin embargo, para ambos casos, existe el castigo-recompensa del domingo.

El domingo que enmudece para que escuchar la boca que te grita durante la semana que la escuches. El domingo que te detiene a media autopista con el inminente peligro de ser arrollado. El domingo que no dura, pero que se antoja mínimo. El domingo de la angustia ante la amenaza del lunes elegido.

Por otro lado, cuando durante toda la semana se realizan actividades que se disfrutan, que aportan, que ayudan a crecer, el domingo se vuelve de igual forma una amenaza: este día TIENES que suspender tus actividades ¿Qué no lo ves? Hoy PUEDES librarte de ellas. Hoy es día de retroceder: ver a la familia, caminar en el centro comercial, merodear por un parque, ingerir alimentos preparados por un desconocido. Wow! todo eso se puede hacer el domingo.

El domingo es el no día del tiempo.

ó

El día de descanso obligatorio.


Es el recreo de los ciudadanos, que debe aprovecharse antes de que toque el timbre.

:Pero yo quiero más clases.


El domingo no causaría tanto daño si, digamos, desde hace unos años le hubieran cambiado el nombre, y el día. Si desde hace años hubieran cambiado de nombre a Dia. Si desde hace años no existieran los años. Si el presente no hubiera sido designado como cincuenta milisegundos.

El problema del domingo es un problema político.

El domingo es obligatorio, sea cual fuere la actividad de cada ciudadano. El domingo es muy correcto, no distingue de raza, sexo, nacionalidad, preferencia sexual, clases social, educación, ¿edad?

El domingo si distingue edad, pues los pequeños humanitos, cuando todavía son genuinos, viven en un presente que va más allá de mediciones. Solamente ellos son libres del poder coercitivo del domingo. Solamente ellos distinguen los días desde su cuerpo.

Las semanas tienen una identidad bien definida, por eso son detestables.

(La solución podría ser: transformar en domingo a todos los días, de manera que se suicidara la mayoría de la población. Una vez muertos los consumidores, el Estado consideraría un peligro la existencia de ese día y lo eliminaría de la semana, promoviendo así la evolución de la especie)

¿Alguien sabe dónde está el domingo? Ya tengo voluntarios para secuestrar aviones.






EN REALIDAD


¿Quién no finge? O mejor dicho ¿Quién finge que no finge?

Cuando, frente al desconconocido que nos adula por las referencias que tiene de nosotros una memoria nos permite desconfiar, debemos tomarla en cuenta.

Sinceridad es una palabra creada para aspirar a ella, a sabiendas de que es imposible vivirla por el simple hecho de que existe. Al traerla a la conciencia, se elimina toda posible espontaneidad y por eso mismo se le ha nombrado. Lo nombrado es falso. Tan sólo es real lo que no se puede nombrar.

Nuestro primer contacto con lo fingido lo tenemos al momento de nacer cuando, hinchados y ensangrentados, nos entregan a esa mujer que nos desconoce, pero quien tiene toda la información necesaria para creer que nos ama por hecho de ser sus hijos ¿Cómo puedes amar a alguien que NO conoces? Ese amor de generación espontánea es el que provoca después tantos errores en la vida adulta al amar por carta de recomendación (imagen, ideal de la persona, apariencia, actividades, proyectos,etc.) y no por la evaluación del desempeño (convivencia real).

El fingir como educación no termina en los padres. La familia extendida se encarga de celebrar posteriormente a ese “nuevo” integrante. Se le invita a las comidas y a las piñatas de los primos por más insoportable que sea. Las relaciones familiares se vuelven entonces un encierro de tolerancia, en donde no existe posibilidad de elección.

A partir de aquí se desarrollan todo tipo de relaciones de pareja, de amistad, laborales, con personas que “se toleran” y a quienes fingimos amar, disfrutar, respetar. Dice Gerturde Stein que una vez que te acostumbras a tu familia, debes olvidarte de ella. Pues si no lo haces, tu vida se reduce e fingir, a cumplir la maldición freudiana de buscarlos en todas las personas y repetir el patrón de comportamiento.

-Regáñame Papá soy niño malo! Oh, perdón Jefe, ahem, no terminé el reporte. Pero lo adoro, eh ¿Cómo está su esposa? (Esa desgraciada que quisiera matar).

Fingir que no hemos aprendido otra cosa.

Y luego el mesero que finge precuparse porque disfrutemos, y el vendedor de la mueblería que necesita la comisión para pagar su renta, para lo cual finge una amabilidad in-creíble (podría decir la verdad y todo sería mejor). Y luego fingimos enfermarnos (y los análisis lo confirman) cuando en realidad no soportamos la vida que llevamos.

Fingimos que todo está bien, porque es mejor que hablar de los ciento setenta y seis mil problemas que yacen debajo; porque cuando esto se hace, no tenemos la capacidad para enfrentarnos a la revolución de lo real. Si tan sólo ella nos hubiera dicho: a veces te quiero, pero a veces te destesto desde lo más profundo, por tu culpa no puedo hacer todo lo que quiero, el mundo hubiese sido más real.

Todos fingimos. Hay quienes lo identifican en sí mismos y quienes no. Hay quienes lo identifican en los demás y quienes no. Hay quienes lo identifican en ambos. Estamos tan acostumbrados a fingir y a tolerarlo de los demás con tal de que no nos delaten, que evitamos en lo posible llamar su atención cuando sabemos que lo hacen. Pero hay quienes no callan, quienes con los ojos fijos te dicen lo que en realidad quieres decir, lo que en realidad piensas y deseas, lo que en realidad harás. Esto debería suceder en toda relación.

Pero continuemos fingiendo que vivimos en un país libre, que nuestra ciudad es única y nuestra vida difícil. Finjamos que no fingimos.

Yo continuaré fingiendo que escribir tiene una finalidad.