OSCURIDAD DELATORA
Generalmente, las actividades que se realizan de noche poseen un aura de misterio, de clandestinidad. La luz del día revela los movimientos, delínea cada uno de nuestros pasos y los muestra a la mirada pública. Sin embargo, cuando nos conducimos protegidos por la oscuridad, olvidamos los miles de ojos que sobrevuelan cada noche las ciudades.
Los pasajeros dormían plácidamente, y mi curiosidad, como una niña inquieta, me invitaba a permanecer con la frente adherida a la ventanilla del avión. El Mar de Cortés cedió ante la tierra firme, y pronto aparecieron manchas luminosas de formas cambiantes sobre el lomo negro del planeta. Las ciudades nocturnas se mostraban como unidades compactas e iluminadas que compartían un flujo constante de electricidad. Presencié la inevitable conectividad entre los elementos que componen las urbes, que si bien, son un todo distinto a la suma de sus partes, son esas partes singulares las que forman la unidad funcional (o disfuncional) que las caracteriza. Y los habitantes de estas ciudades estaban ahí, sin darse cuenta de que sus acciones aparentemente privadas, se transformaban en señales eléctricas captadas por miles de pasajeros aéreos. Ciudades enteras expuestas por la noche. El avión viajaba literalmente hacia el amanecer, por lo que, en un par de horas, la luz matinal regresó la privacidad y, paradójicamente, las ciudades que iniciaban sus actividades cotidianas aparentaron inmovilidad. La iluminación que otorga vida se convirtió en monotonía, en muerte. Ahora sólo se apreciaban aglomeraciones de estructuras, calles, viviendas, edificios que, cubiertos por la capa luminosa, formaban una masa inmóvil a la espera de la exhibición de la noche.