SAL Y PIMIENTA
No sólo es porque la entrada cuesta la mitad que en San Diego; ni porque los asientos, la pantalla, el sonido y las salas en general son bastante superiores en calidad y comodidad a las de la vecina ciudad: son los comentarios simultáneos. Las salas de cine sandieguinas gozan de la falta de vida propia del norteamericano; generalmente no se escucha sonido más que el correspondiente a la película; además, las emociones son compartidas al mismo tiempo por todos los espectadores: ningún grito o carcajada aislado.
Hoy fuí a ver "Frida" al cinépolis. Esta película intenta a toda costa recrear el ambiente mexicano de la época; sin embargo, se queda en el intento. Frases chocantes como "let's get married, chiquitita", "eat your mole, panzón" y cosas por el estilo no hacen más que descontextualizar (debieron tomar la decisión: inglés o español, no speedy gonzález). Pero la película fue rescatada por dos señoras que se sentaron, estratégicamente, a mis espaldas. Conversaban a todo pulmón.
-Ah, caray, ¿y quién es ese compa?
-(risas a destiempo)
-No mira, lo que pasa es que los gringos no son comunistas, por eso lo corrieron.
-Ahi va otra vez el cabrón!
-Ay, mujer, te digo que es su papá.
Y más comentarios por el estilo. Pensé en pedirles su teléfono para ponernos deacuerdo para ir al cine, y sentarme siempre frente a ellas anotando, invariablemente, sus opiniones e interpretaciones. Son sal y pimienta para la basura hollywoodense.
Hace unos años, fui a ver la película de "Siete años en el Tibet". Transcurrieron veinte minutos en los que, Brad Pitt, deambulaba lastimosamente por el desierto. El soundtrack de la película invitaba a la meditación, al relajamiento místico. Al fin, el personaje llega ante el Dalai Lama, quien era aun muy joven, y lo saluda con reverencia. Mi vecino de la hilera de atrás no pudo ser más oportuno:
-Ya viste guey? Ese morrito se parece a tu carnal.
Fue lo mejor de la película.